“HAY más felicidad en dar que en recibir.” (Hechos 20:35.) Estas palabras de Jesús subrayan una importante verdad: el amor desinteresado trae consigo su propia recompensa. Aunque sea mucha la felicidad que obtenemos recibiendo amor, es aún mayor la que sentimos dándolo, es decir, demostrándolo.
Quien mejor sabe este hecho es nuestro Padre celestial. Dios es el ejemplo supremo de amor, pues nadie ha mostrado esta cualidad a mayor grado ni por más tiempo que él. ¿Sorprende entonces que se le llame el “Dios feliz”? (1 Timoteo 1:11.)
Nuestro afectuoso Padre desea que procuremos parecernos a él, sobre todo en lo que se refiere a manifestar amor. Efesios 5:1, 2 nos dice: “Háganse imitadores de Dios, como hijos amados, y sigan andando en amor”. Si seguimos su ejemplo al demostrar esta cualidad, disfrutaremos de la mayor felicidad, que se obtiene al dar. También tendremos la satisfacción de saber que agradamos a Jesús, ya que su Palabra nos exhorta a “amarnos unos a otros” (Romanos 13:8). Pero todavía hay otras razones para continuar “andando en amor”.
Por qué es esencial el amor
¿Por qué es importante tratar con amor a los hermanos en la fe? En pocas palabras, porque esta cualidad es la esencia del cristianismo verdadero. Sin amor no podríamos disfrutar de una estrecha relación con nuestros hermanos y, lo que es más grave, no valdríamos nada a la vista de Dios. Veamos cómo se destacan estas verdades en la Palabra de Dios.
En la última noche de su vida en la Tierra, Jesús dijo a sus discípulos: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:34, 35). Al decir “así como yo los he amado”, Cristo nos manda demostrar el mismo afecto que él. Jesús dio un ejemplo sublime de amor abnegado, ya que antepuso las necesidades e intereses ajenos a los suyos propios. Nosotros también debemos manifestar esta virtud, y hacerlo de forma tan clara que resulte evidente hasta a quienes no pertenecen a la congregación cristiana. Ciertamente, el amor fraternal y desinteresado es el sello que nos distingue como auténticos seguidores de Jesús.
¿Qué ocurre cuando no tenemos esta cualidad? “Si no tengo amor —señaló el apóstol Pablo—, he venido a ser un pedazo de bronce sonante o un címbalo estruendoso.” (1 Corintios 13:1.) Un címbalo así produce un ruido irritante. ¿Y el pedazo de bronce sonante? Según otras versiones, se trata de “un gong que resuena” o “un gong que retumba”. ¡Qué imágenes tan adecuadas! El desamorado es como un instrumento musical que emite un sonido fuerte y discordante, que más que atraernos nos repele. ¿Cómo va a disfrutar tal persona de una relación estrecha con nadie? Pablo también dijo: “Si tengo toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:2). Pensémoslo bien: independientemente de las obras que realice alguien, si carece de amor, “no vale nada”. ¿No es obvio que la Palabra de Dios concede gran importancia a esta virtud?
Ahora bien, ¿cómo la manifestamos en nuestras relaciones con el prójimo? Veamos la respuesta en las palabras que escribió Pablo en 1 Corintios 13:4-8. En estos versículos, el apóstol no se centra en el amor de Dios para con nosotros, ni tampoco en el nuestro para con Dios, sino en las maneras de mostrárnoslo unos a otros. Para ello, expone qué es y qué no es el amor.
Qué es el amor
“El amor es sufrido.” Es decir, soporta con paciencia al prójimo (Colosenses 3:13). ¿Verdad que todos necesitamos tal aguante? Dado que somos criaturas imperfectas que servimos hombro con hombro, cabe esperar que de vez en cuando nos irriten nuestros hermanos, y viceversa. Pero la paciencia y la tolerancia nos ayudarán a afrontar los pequeños roces sin perturbar la paz de la congregación.
“El amor es bondadoso.” La bondad se demuestra mediante actos serviciales y palabras consideradas. El amor nos motivará a buscar formas de obrar de este modo, sobre todo para con los más necesitados. Es posible que algún cristiano de edad avanzada se sienta solo y necesite una visita animadora. La madre sin cónyuge o la hermana que vive en un hogar dividido en sentido religioso tal vez precisen algo de ayuda. A quien está enfermo o sufre adversidades quizás le hagan falta los comentarios amables de un amigo leal (Proverbios 12:25; 17:17). Con iniciativas bondadosas como estas, demostramos que nuestro amor es auténtico (2 Corintios 8:8).
“El amor se regocija con la verdad.” “Gozosamente toma partido por la verdad”. Por consiguiente, es una cualidad que nos mueve a sostener la verdad y “hablar verazmente unos con otros” (Zacarías 8:16). Por ejemplo, si un ser querido comete un pecado grave, el amor a Jesús —y también al transgresor— nos ayudará a respaldar las normas divinas, en vez de tratar de ocultar o excusar su ofensa recurriendo incluso a la mentira. Es cierto que la realidad quizás sea difícil de afrontar. Pero si tenemos presente lo que más beneficiará al ser querido, desearemos que reciba la amorosa disciplina de Dios y actúe en consecuencia (Proverbios 3:11, 12). Además, el amor hace que los cristianos queramos “comportarnos honradamente en todas las cosas” (Hebreos 13:18).
“Todas las cosas las soporta el amor.” Esta frase significa literalmente que “lo cubre todo”. Como señala 1 Pedro 4:8, “el amor cubre una multitud de pecados”. De forma que el cristiano que se rige por esta cualidad no está ansioso por sacar a relucir las imperfecciones y defectos de sus hermanos en la fe. En muchos casos, los errores que cometen son de poca monta y pueden taparse con el amor (Proverbios 10:12; 17:9).
“Todas las cosas las cree el amor.” “Cree todo, interpretando todo en buen sentido” . Así pues, no andamos siempre sospechando de nuestros hermanos en la fe, poniendo en duda sus intenciones. El amor nos ayuda a ‘interpretar en buen sentido’ lo que hacen y a fiarnos de ellos. Tomemos por ejemplo la carta de Pablo a Filemón. El apóstol le escribió para exhortarlo a que recibiera de vuelta amablemente a su esclavo fugitivo Onésimo, que se había hecho cristiano. En vez de presionar a Filemón, Pablo le rogó basándose en el amor. Ya que contaba con que Filemón tomaría la decisión correcta, le dijo: “Confiando en tu anuencia, te escribo, pues sé que harás aún más de las cosas que digo” . Cuando el amor nos mueve a demostrar que estamos tan seguros de nuestros hermanos, sacamos a flote sus mejores cualidades.
“Todas las cosas las espera el amor.” En efecto, esta cualidad no solo alienta la confianza, sino también la esperanza. Nos mueve a tener las mejores expectativas sobre nuestros hermanos. Por ejemplo, si uno de ellos da “algún paso en falso antes que se dé cuenta”, esperamos que responda a los amorosos esfuerzos que se hagan por reajustarlo (Gálatas 6:1). También abrigamos el deseo de que se recuperen los débiles en la fe. Somos pacientes con ellos y hacemos lo posible para que se fortalezcan (Romanos 15:1; 1 Tesalonicenses 5:14). Hasta cuando se descarría un ser querido, no perdemos las esperanzas de que un día recapacite y regrese a Dios, tal como el hijo pródigo de la parábola de Jesús (Lucas 15:17, 18).
“Todas las cosas las aguanta el amor.” El aguante, que nos permite mantenernos firmes a pesar de las desilusiones y dificultades, no solo se ve sometido a prueba por los de fuera de la congregación, sino también por los de dentro. Como estos son imperfectos, es probable que nos decepcionen a veces. Quizás alguien nos lastime con un comentario desconsiderado (Proverbios 12:18). O tal vez no se atienda un asunto de la congregación como nos parece oportuno. Es posible que nos perturbe la conducta de un hermano respetado y que nos preguntemos cómo puede actuar un cristiano de esa manera. Ante tales situaciones, ¿nos apartaremos de la congregación y dejaremos de servir a Jesús? Si tenemos amor, no. Esta virtud impide que los defectos de un hermano nos cieguen al grado de no ver nada bueno en él o en los demás como colectividad. Así, nos permite seguir siendo fieles a Dios y respaldar a la congregación sin importar lo que haga o diga una persona imperfecta como nosotros (Salmo 119:165).
Qué no es el amor
“El amor no es celoso.” Los celos se definen como la envidia de lo que tienen los demás, sean pertenencias, privilegios o habilidades. Si no lo dominamos, este sentimiento egoísta y destructivo podría perturbar la paz de la congregación. ¿Qué nos ayudará a resistir la “tendencia hacia la envidia”? (Santiago 4:5.) En una palabra, el amor. Gracias a esta preciosa virtud, nos alegraremos con quienes quizás tengan ventajas de las que carezcamos nosotros y no tomaremos como afrentas personales los reconocimientos que reciban los demás por sus habilidades o logros excepcionales (Romanos 12:15).
“El amor no se vanagloria, no se hincha.” Es decir, no nos permite alardear de nuestros talentos o logros. Si de verdad queremos a nuestros hermanos, ¿cómo vamos a andar presumiendo siempre del éxito que tenemos? Tal jactancia puede desanimar a los demás y hacerlos sentir inferiores. Por lo tanto, el amor impide que nos vanagloriemos de lo que Dios nos concede efectuar en su servicio (1 Corintios 3:5-9). Además, “no se hincha”, “no se deja arrastrar de la vanidad”, lo que evita que abriguemos ideas muy elevadas de nosotros mismos (Romanos 12:3).
“El amor no se porta indecentemente.” La conducta indecente es impropia u ofensiva. Es desamorada, pues no se preocupa lo más mínimo por los sentimientos y el bienestar del prójimo. Por otro lado, el amor conlleva una gentileza que nos impulsa a ser considerados con nuestros semejantes. Además, fomenta los buenos modales, la conducta piadosa y el respeto por nuestros hermanos en la fe. De este modo, no nos permite participar en “comportamiento vergonzoso”, o sea, en acciones que escandalicen u ofendan a otros cristianos (Efesios 5:3, 4).
“El amor no busca sus propios intereses.” “El amor no insiste en salirse con la suya”. La persona amorosa no exige que todo se haga a su manera, como si sus opiniones fueran infalibles, ni tampoco manipula a la gente, valiéndose de la persuasión para lograr que se rindan quienes no piensan como ella. Esa actitud terca revelaría un cierto orgullo, y la Biblia dice: “El orgullo está antes de un ruidoso estrellarse” (Proverbios 16:18). Si de verdad amamos a nuestros hermanos, respetaremos sus opiniones y, siempre que sea posible, mantendremos la disposición a ceder, una disposición que está en armonía con las siguientes palabras de Pablo: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona” (1 Corintios 10:24).
“El amor no se siente provocado. No lleva cuenta del daño.” Es decir, no se irrita fácilmente por lo que digan o hagan los demás. Claro, es natural molestarse cuando nos ofenden. Pero hasta si tenemos razones válidas para enojarnos, el amor impide que sigamos airados (Efesios 4:26, 27). No deseamos llevar un registro de las palabras y actos que nos lastimaron, como si las apuntáramos en un libro de contabilidad para no olvidarlas. Por el contrario, el amor nos mueve a imitar a nuestro afectuoso Dios. Él perdona siempre que hay razones válidas para ello. Y cuando perdona, olvida, esto es, no guarda en la memoria esos pecados para utilizarlos contra nosotros en el futuro. ¿Verdad que agradecemos que él no lleve cuenta de las ofensas?
“El amor no se regocija por la injusticia.” “El que tiene amor no se alegra del pecado de otros”, “Si alguno comete un error, el amor no se alegra”. Como el amor no se complace en la injusticia, no hacemos la vista gorda ante ningún acto inmoral. ¿Cómo reaccionamos al enterarnos de que un cristiano ha caído en el pecado y sufre penalidades por ello? El amor no nos permitirá alegrarnos, como si dijéramos: “¡Lo tiene bien merecido!” (Proverbios 17:5). Por otro lado, nos regocijamos cuando un hermano que ha obrado mal da los pasos debidos para recobrarse de su caída espiritual.
“Un camino sobrepujante”
“El amor nunca falla.” ¿Qué quiso decir Pablo con estas palabras? Las escribió cuando trataba el tema de los dones del espíritu que existían entre los primeros cristianos y que eran señales de que el favor de Dios estaba con la nueva congregación. Aunque no todos los hermanos podían efectuar curaciones, profetizar o hablar en lenguas, en realidad no importaba, pues aquellas manifestaciones milagrosas terminarían cesando. Sin embargo, permanecería algo diferente, algo que todos ellos podían cultivar y que era más sobresaliente y duradero que cualquier don prodigioso. De hecho, Pablo lo llamó “un camino sobrepujante” (1 Corintios 12:31). ¿Cuál era este “camino sobrepujante”? El camino del amor.
Ciertamente, el amor cristiano que describió Pablo “nunca falla”, en el sentido de que jamás tendrá fin. Hasta el día de hoy, el cariño fraternal y altruista identifica a los verdaderos discípulos de Jesús. ¿No vemos pruebas de este amor en las Iglesias de los siervos de Dios de todo el mundo? Esta cualidad durará para siempre (Salmo 37:9-11, 29). Por lo tanto, continuemos haciendo todo lo posible por seguir “andando en amor”. Así constataremos que dar produce mayor felicidad y, lo que es más, podremos seguir viviendo —sí, seguir amando— por toda la eternidad, en imitación de nuestro amoroso Dios.
Hemos visto cómo podemos manifestarlo los unos a los otros. Ahora bien, en vista de las múltiples maneras en que nos beneficiamos del amor de Dios —así como de su poder, justicia y sabiduría—, conviene que nos preguntemos: “¿Cómo demostramos a Jesús que verdaderamente lo amamos?”.
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