jueves, 25 de febrero de 2016

¿CÓMO ENSEÑABA JESÚS?


Jesús reflejó la sabiduría divina en su forma de enseñar. En una ocasión, varios soldados enviados para detenerlo regresaron con las manos vacías y dijeron: “Jamás ha hablado otro hombre así” (Juan 7:45, 46). No exageraban, ya que de todos los seres humanos que han existido, Cristo, que procedía “de las regiones de arriba”, era quien disponía del mayor caudal de conocimiento y experiencia (Juan 8:23). Ciertamente, ningún otro hombre sería capaz de instruir como él. Veamos solo dos de las técnicas que utilizó este sabio Maestro.

Ilustraba con eficacia su mensaje. Leemos que “habló Jesús a las muchedumbres por ilustraciones. En verdad, sin ilustración no les hablaba” (Mateo 13:34). No podemos menos que maravillarnos ante su incomparable habilidad para enseñar verdades profundas mediante ejemplos cotidianos, realidades que sus oyentes habían visto muchas veces: agricultores sembrando, mujeres preparando el pan para hornearlo, niños jugando en el mercado, pescadores recogiendo las redes, pastores buscando ovejas perdidas... Al relacionar verdades trascendentales con algo bien conocido, conseguía de inmediato grabarlas en la mente y el corazón de su auditorio (Mateo 11:16-19; 13:3-8, 33, 47-50; 18:12-14).

Jesús empleaba con frecuencia parábolas, relatos breves de los que se extraen verdades morales o espirituales. Dado que son más fáciles de entender y recordar que los conceptos abstractos, estas historias contribuyeron a conservar la enseñanza de Cristo. En muchas de ellas describió a su Padre con imágenes verbales vívidas e inolvidables. Por ejemplo, ¿quién no logra entender la lección de la parábola del hijo pródigo, a saber, que Jehová se apiadará y acogerá de nuevo con ternura al descarriado que demuestre arrepentimiento sincero? (Lucas 15:11-32.)

Usaba con habilidad las preguntas. Jesús se valía de este medio para ayudar a sus oyentes a extraer sus propias conclusiones, examinar sus motivos y tomar decisiones (Mateo 12:24-30; 17:24-27; 22:41-46). Cuando los dirigentes religiosos cuestionaron que Dios le hubiera dado autoridad, él replicó: “El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?”. Aquello los dejó atónitos, de modo que razonaron unos con otros: “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creyeron?’. Sin embargo, si decimos: ‘De los hombres’, tenemos la muchedumbre a quien temer, porque todos tienen a Juan por profeta”. De ahí que terminaran contestando: “No sabemos” (Marcos 11:27-33; Mateo 21:23-27). Con una simple pregunta, Cristo los dejó mudos y denunció lo traicioneros que eran sus corazones.

A veces, Cristo combinaba varios métodos al complementar sus parábolas con preguntas que ponían a pensar a sus oyentes. Cuando un jurista hebreo le preguntó qué se necesitaba para obtener vida eterna, lo remitió a la Ley mosaica, que ordena amar a Dios y al prójimo. Pero aquel hombre, deseoso de demostrar que era justo, le preguntó: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”. Jesús le contestó con una historia: cierto judío que viajaba solo fue atacado por salteadores, quienes lo dejaron medio muerto. Pasaron por su lado dos compatriotas suyos, primero un sacerdote y luego un levita, pero ninguno de ellos lo atendió. Más tarde llegó un samaritano, que se compadeció, le vendó las heridas y lo llevó con cuidado a un mesón para que se recuperara. Al concluir el relato, el Gran Maestro preguntó a su interlocutor: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo del que cayó entre los salteadores?”. El hombre se vio obligado a responder: “El que actuó misericordiosamente para con él” (Lucas 10:25-37).

¿Cómo refleja esta parábola la sabiduría de Jesús? En aquellos días, los judíos aplicaban el término “prójimo” únicamente a quienes guardaban sus tradiciones, y nunca, desde luego, a los samaritanos (Juan 4:9). Si Cristo hubiera construido la historia con un samaritano socorrido por un judío, ¿habría logrado vencer el prejuicio? Fue sabio, entonces, al poner a un samaritano cuidando con ternura a un hebreo. Observemos también el interrogante que planteó al final de su relato. Cambió el enfoque de la palabra “prójimo”. Mientras que la pregunta del jurista venía a ser: “¿Quién debe ser el objeto de mi amor de prójimo?”, la del Gran Maestro fue: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo?”. Así pues, no se centró en quien se benefició de la bondad, sino en quien la demostró, el samaritano. El verdadero prójimo toma la iniciativa y muestra amor al semejante, sin importar su origen étnico. No había mejor manera de transmitir con eficacia aquel punto.

Por lo tanto, ¿es de extrañar que las multitudes quedaran atónitas ante el “modo de enseñar” de Jesús y se sintieran atraídas a él? (Mateo 7:28, 29.) En cierta ocasión, “una muchedumbre grande” permaneció junto a él durante tres días, al punto de quedarse sin comida (Marcos 8:1, 2).




No hay comentarios:

Publicar un comentario