El profeta Daniel demostró fe y valor cuando sus enemigos convencieron al rey Darío de que emitiera cierto decreto. Ellos le dijeron al rey: “Quienquiera que haga una petición a cualquier dios u hombre, por treinta días, excepto a ti, oh rey, sea arrojado en el foso de los leones”. En cuanto Daniel supo que el rey había firmado esa orden, “entró en su casa, y, las ventanas de su cámara del techo estando abiertas para él hacia Jerusalén, hasta tres veces al día se hincaba de rodillas y oraba y ofrecía alabanza delante de su Dios, como había estado haciendo regularmente antes de esto” (Dan. 6:6-10). El valiente profeta acabó en el foso de los leones, pero Jehová lo salvó (Dan. 6:16-23).
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