jueves, 25 de febrero de 2016

¿CÓMO ENSEÑABA JESÚS?


Jesús reflejó la sabiduría divina en su forma de enseñar. En una ocasión, varios soldados enviados para detenerlo regresaron con las manos vacías y dijeron: “Jamás ha hablado otro hombre así” (Juan 7:45, 46). No exageraban, ya que de todos los seres humanos que han existido, Cristo, que procedía “de las regiones de arriba”, era quien disponía del mayor caudal de conocimiento y experiencia (Juan 8:23). Ciertamente, ningún otro hombre sería capaz de instruir como él. Veamos solo dos de las técnicas que utilizó este sabio Maestro.

Ilustraba con eficacia su mensaje. Leemos que “habló Jesús a las muchedumbres por ilustraciones. En verdad, sin ilustración no les hablaba” (Mateo 13:34). No podemos menos que maravillarnos ante su incomparable habilidad para enseñar verdades profundas mediante ejemplos cotidianos, realidades que sus oyentes habían visto muchas veces: agricultores sembrando, mujeres preparando el pan para hornearlo, niños jugando en el mercado, pescadores recogiendo las redes, pastores buscando ovejas perdidas... Al relacionar verdades trascendentales con algo bien conocido, conseguía de inmediato grabarlas en la mente y el corazón de su auditorio (Mateo 11:16-19; 13:3-8, 33, 47-50; 18:12-14).

Jesús empleaba con frecuencia parábolas, relatos breves de los que se extraen verdades morales o espirituales. Dado que son más fáciles de entender y recordar que los conceptos abstractos, estas historias contribuyeron a conservar la enseñanza de Cristo. En muchas de ellas describió a su Padre con imágenes verbales vívidas e inolvidables. Por ejemplo, ¿quién no logra entender la lección de la parábola del hijo pródigo, a saber, que Jehová se apiadará y acogerá de nuevo con ternura al descarriado que demuestre arrepentimiento sincero? (Lucas 15:11-32.)

Usaba con habilidad las preguntas. Jesús se valía de este medio para ayudar a sus oyentes a extraer sus propias conclusiones, examinar sus motivos y tomar decisiones (Mateo 12:24-30; 17:24-27; 22:41-46). Cuando los dirigentes religiosos cuestionaron que Dios le hubiera dado autoridad, él replicó: “El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?”. Aquello los dejó atónitos, de modo que razonaron unos con otros: “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creyeron?’. Sin embargo, si decimos: ‘De los hombres’, tenemos la muchedumbre a quien temer, porque todos tienen a Juan por profeta”. De ahí que terminaran contestando: “No sabemos” (Marcos 11:27-33; Mateo 21:23-27). Con una simple pregunta, Cristo los dejó mudos y denunció lo traicioneros que eran sus corazones.

A veces, Cristo combinaba varios métodos al complementar sus parábolas con preguntas que ponían a pensar a sus oyentes. Cuando un jurista hebreo le preguntó qué se necesitaba para obtener vida eterna, lo remitió a la Ley mosaica, que ordena amar a Dios y al prójimo. Pero aquel hombre, deseoso de demostrar que era justo, le preguntó: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”. Jesús le contestó con una historia: cierto judío que viajaba solo fue atacado por salteadores, quienes lo dejaron medio muerto. Pasaron por su lado dos compatriotas suyos, primero un sacerdote y luego un levita, pero ninguno de ellos lo atendió. Más tarde llegó un samaritano, que se compadeció, le vendó las heridas y lo llevó con cuidado a un mesón para que se recuperara. Al concluir el relato, el Gran Maestro preguntó a su interlocutor: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo del que cayó entre los salteadores?”. El hombre se vio obligado a responder: “El que actuó misericordiosamente para con él” (Lucas 10:25-37).

¿Cómo refleja esta parábola la sabiduría de Jesús? En aquellos días, los judíos aplicaban el término “prójimo” únicamente a quienes guardaban sus tradiciones, y nunca, desde luego, a los samaritanos (Juan 4:9). Si Cristo hubiera construido la historia con un samaritano socorrido por un judío, ¿habría logrado vencer el prejuicio? Fue sabio, entonces, al poner a un samaritano cuidando con ternura a un hebreo. Observemos también el interrogante que planteó al final de su relato. Cambió el enfoque de la palabra “prójimo”. Mientras que la pregunta del jurista venía a ser: “¿Quién debe ser el objeto de mi amor de prójimo?”, la del Gran Maestro fue: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo?”. Así pues, no se centró en quien se benefició de la bondad, sino en quien la demostró, el samaritano. El verdadero prójimo toma la iniciativa y muestra amor al semejante, sin importar su origen étnico. No había mejor manera de transmitir con eficacia aquel punto.

Por lo tanto, ¿es de extrañar que las multitudes quedaran atónitas ante el “modo de enseñar” de Jesús y se sintieran atraídas a él? (Mateo 7:28, 29.) En cierta ocasión, “una muchedumbre grande” permaneció junto a él durante tres días, al punto de quedarse sin comida (Marcos 8:1, 2).




ALGUNAS ENSEÑANZAS DE JESÚS EN SU SERMÓN DEL MONTE



Con su instrucción, Jesús también ofrecía consejos sensatos para el diario vivir, dando así prueba de ser el “Maravilloso Consejero” predicho en las Escrituras (Isaías 9:6). Tales consejos eran, sin duda, auténticas maravillas. Conocía a fondo la Palabra y la voluntad de Dios, así como la naturaleza de la humanidad, por la que sentía gran cariño. Por ello, sus recomendaciones siempre eran prácticas y sumamente beneficiosas para los oyentes. Quienes siguieran sus palabras, sus “dichos de vida eterna”, alcanzarían la salvación (Juan 6:68).

El Sermón del Monte es un ejemplo destacado de la sabiduría inigualable de las enseñanzas de Jesús. De acuerdo con lo que leemos en Mateo 5:3–7:27, el discurso no debió de durar más de veinte minutos. No obstante, sus consejos son imperecederos, tan pertinentes hoy como en su día. Cristo abarcó una amplia gama de asuntos, entre ellos cómo mejorar las relaciones personales (5:23-26, 38-42; 7:1-5, 12), cómo mantener la pureza moral (5:27-32) y cómo llevar una vida con sentido (6:19-24; 7:24-27). Pero no solo indicó la senda de la sabiduría, sino que la ilustró con explicaciones, razonamientos y pruebas.

Tomemos como muestra el sensato consejo de Jesús sobre cómo afrontar la inquietud por los bienes materiales, según se refiere en el capítulo 6 de Mateo. “Dejen de inquietarse respecto a su alma en cuanto a qué comerán o qué beberán, o respecto a su cuerpo en cuanto a qué se pondrán”, nos recomienda (versículo 25). El alimento y la ropa son necesidades básicas, y es muy lógico preocuparse por obtenerlas. Entonces, ¿por qué indicó que ‘dejáramos de inquietarnos’ por ellas?

Examinemos la convincente argumentación de Jesús. Ya que Jehová nos dio la vida y el cuerpo, ¿no será capaz de proporcionarnos comida para sostener esa vida, y ropa para cubrir ese cuerpo? (Versículo 25.) Si él provee a las aves de alimento y viste de hermosura las flores, ¡cuánto más se ocupará de sus adoradores! (Versículos 26, 28-30.) En realidad, la inquietud indebida no tiene sentido, pues no logra alargarnos la existencia ni siquiera un poco (versículo 27). ¿Cómo evitamos la ansiedad? Cristo nos exhorta a poner siempre en primer lugar la adoración a Dios. Quienes así lo hagan pueden tener la certeza de que las cosas que necesitan “les serán añadidas” a diario por su Padre celestial (versículo 33). Por último, Jesús ofrece una recomendación sumamente práctica: vivir día a día. ¿Por qué sumar las inquietudes de mañana a las de hoy? (Versículo 34.) Además, ¿por qué dejar que nos abrume lo que tal vez nunca suceda? Este acertado consejo nos ahorrará muchos sufrimientos en el agobiante mundo en que vivimos.

Indiscutiblemente, los consejos de Jesús son tan prácticos hoy como cuando los dio, hace casi dos milenios. ¿No demuestra este hecho que encierran la sabiduría de arriba? Hasta las mejores recomendaciones de los asesores humanos se vuelven anticuadas y enseguida hay que revisarlas o sustituirlas. En cambio, las enseñanzas de Cristo han superado la prueba del tiempo. Y no debería sorprendernos, dado que el Maravilloso Consejero pronunció “los dichos de Dios” (Juan 3:34).


miércoles, 24 de febrero de 2016

LO HERMOSO DE LEER LA BIBLIA


“Verdaderamente me deleito en la ley de Dios.” (ROM. 7:22)

“CADA mañana le doy gracias a Dios por ayudarme a entender la Biblia.” La cristiana de edad avanzada que se expresó así ha leído la Biblia de principio a fin más de quince veces y piensa seguir haciéndolo. Una hermana joven escribió que gracias a la lectura de la Palabra de Dios, ahora Jesús es real para ella. Como resultado, se ha acercado más a él. “Nunca me he sentido tan feliz”, afirma.

El apóstol Pedro nos animó a desarrollar “el anhelo por la leche no adulterada que pertenece a la palabra” (1 Ped. 2:2). Quienes satisfacen ese anhelo leyendo , estudiando la Biblia y siguiendo sus enseñanzas tienen la conciencia tranquila y un propósito en la vida. Además, cultivan amistades permanentes con personas que también aman y sirven al Dios verdadero. Tienen buenas razones para sentirse como el apóstol Pablo, quien dijo: “Me deleito en la ley de Dios” (Rom. 7:22). Pero usted puede obtener aún más beneficios. Veamos algunos.

LEA Y REFLEXIONE

Jehová no desea que sus siervos lean su Palabra apresuradamente. Hace mucho tiempo le dijo a Josué: “Este libro de la ley no debe apartarse de tu boca, y día y noche tienes que leer en él en voz baja” (Jos. 1:8; Sal. 1:2). Esto no quiere decir que de verdad usted deba pronunciar en voz baja cada palabra de Génesis a Apocalipsis. Lo que significa, más bien, es que debe leer la Biblia a un ritmo que le permita meditar. Si lo hace “en voz baja”, podrá centrar su atención en pasajes que en ese momento sean para usted especialmente útiles y animadores. Lea despacio tales frases, versículos o relatos, quizás musitando, es decir, moviendo la lengua y los labios como si fuera a pronunciar las palabras. Así el pasaje bíblico le llegará con toda su fuerza y calará hondo en usted. ¿Por qué es esto importante? Porque captar el sentido de los consejos de Dios le dará una fuerte motivación para ponerlos en práctica.

Esta manera de leer le será muy provechosa cuando estudie libros bíblicos que no conozca bien. Ilustrémoslo con tres ejemplos. En primer lugar, piense en un cristiano joven que lee la Biblia y llega a las profecías de Oseas. Tras leer “en voz baja” los versículos 11 a 13 del capítulo 4, se detiene (lea Oseas 4:11-13). ¿Por qué? Esos versículos le llaman la atención porque los muchachos de la escuela lo presionan para que tenga relaciones sexuales. Reflexiona sobre ese pasaje y se dice: “Jehová ve los pecados que uno comete a solas. Yo no quiero herirlo”. Teniendo esto presente, se resuelve a obedecer las normas morales de Dios.

En un segundo caso, una cristiana que lee el libro de Joel llega al capítulo 2, versículo 13 (lea Joel 2:13). Al leerlo “en voz baja”, medita en cómo puede imitar a Jehová, que es “benévolo y misericordioso, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa”. Como resultado, se propone no recurrir más a las burlas y palabras hirientes que a veces usa al hablar con su esposo y otras personas.

Y en tercer lugar, imagine a un padre cristiano que se ha quedado sin empleo y le preocupa el bienestar de su familia. En Nahúm 1:7 lee “en voz baja” que Jehová “sabe de los que buscan refugio en él” y los protege como “una plaza fuerte en el día de la angustia”. Este pensamiento lo consuela. Al percibir la ternura con que Jehová nos cuida, deja de preocuparse en exceso. Luego lee del mismo modo el versículo 15 (lea Nahúm 1:15). Nuestro hermano comprende que predicar las buenas nuevas en momentos difíciles es una forma de demostrar que de veras considera a Jehová su plaza fuerte. Aunque sigue buscando trabajo, también se siente impulsado a apoyar la predicación entre semana.

Los provechosos puntos mencionados están tomados de libros bíblicos que pueden parecer difíciles de entender. Pero al examinar los libros de Oseas, Joel y Nahúm para extraer de ellos pensamientos alentadores, sin duda querrá leer otros versículos “en voz baja”. Imagínese cuánta sabiduría y consuelo podrá hallar en los escritos de esos profetas. ¿Y qué hay del resto de la Biblia? La Palabra de Dios es como una productiva mina de diamantes. ¡Trabájela bien! Sí, lea toda la Biblia con el objetivo de hallar joyas que lo guíen en la vida y fortalezcan su fe.

BUSQUE EL ENTENDIMIENTO

Aunque es importante que todos los días lea una porción de la Biblia, también lo es que adquiera entendimiento y perspicacia. Con ese propósito, aproveche bien las reuniones en la Iglesia y los lugares o los sucesos que encuentre en su lectura. O si se pregunta qué efecto debería tener en su vida cierta enseñanza bíblica, puede pedirle ayuda a un pastor de congregación o a otro cristiano maduro. A fin de apreciar la importancia de aumentar nuestro entendimiento, veamos el ejemplo de Apolos, un cristiano del siglo primero que se esforzó por hacer justamente eso.

Apolos era un cristiano de origen judío que estaba “bien versado en las Escrituras” y “fulgurante con el espíritu”. El libro de Hechos nos dice que “iba hablando y enseñando con exactitud las cosas acerca de Jesús, pero conocía solamente el bautismo de Juan”. Por esa razón, sin saberlo enseñaba el significado del bautismo de una manera que no estaba actualizada. Al oírle enseñar en Éfeso, un matrimonio de cristianos llamados Priscila y Áquila “le expusieron con mayor exactitud el camino de Dios” (Hech. 18:24-26). ¿Cómo le benefició aquello?

Tras predicar en Éfeso, Apolos fue a Acaya. El relato prosigue: “Cuando llegó allá, ayudó mucho a los que habían creído a causa de la bondad inmerecida de Dios; porque con intensidad probó cabalmente en público que los judíos estaban equivocados, mientras demostraba por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (Hech. 18:27, 28). Ahora ya podía explicar con exactitud en qué consistía el bautismo cristiano, de modo que “ayudó mucho” a los nuevos discípulos a progresar en la adoración verdadera. ¿Qué nos enseña la historia de Apolos? Al igual que él nos esforzamos por entender lo que leemos en la Biblia. Pero si un hermano de experiencia nos da alguna sugerencia para mejorar en nuestra enseñanza, hacemos bien en aceptarla con humildad y gratitud. Así mejoraremos la calidad de nuestro servicio sagrado.

USE LO QUE APRENDA PARA AYUDAR AL PRÓJIMO

A semejanza de Priscila, Áquila y Apolos, nosotros también podemos beneficiar a nuestro prójimo. ¿Cómo se siente usted cuando sus palabras de aliento ayudan a una persona que muestra interés en la Biblia a superar algún obstáculo en su progreso espiritual? O si es pastor cristiano, ¿cómo se siente cuando algún hermano en la fe le da las gracias porque sus consejos basados en la Biblia lo ayudaron en momentos difíciles? Sin duda, emplear la Palabra de Dios para ayudar a los demás y ver que sus vidas mejoran produce satisfacción y gozo. Fíjese en cómo usted podría lograr esa meta.

Muchos israelitas del tiempo de Elías dudaban entre abrazar la adoración verdadera y abrazar la falsa. Los consejos que aquel profeta les dio podrían ayudar a algún hermano indeciso que no progresa espiritualmente (lea 1 Reyes 18:21). O piense en esta otra situación: si una persona interesada en la verdad le teme a la reacción de sus amigos o familiares, usted podría reforzar su decisión de servir a Jesús ayudándole a razonar sobre el pasaje de Isaías 51:12, 13 (léalo).

Está claro que en la Biblia hay muchas palabras que animan, corrigen o fortalecen al que las lee. Pero usted quizás se pregunte: “¿Cómo puedo tener listos los textos cuando los necesite?”. Pues bien, lea la Biblia y medite diariamente en los pensamientos de Dios. Así acumulará todo un caudal de expresiones divinas, y el espíritu de Jehová le ayudará a recordarlas en el momento oportuno (Mar. 13:11; lea Juan 14:26).

Imite a Salomón y pídale a Jehová sabiduría para cumplir con sus deberes teocráticos (2 Crón. 1:7-10). Como los profetas de la antigüedad, lleve a cabo “una indagación diligente y una búsqueda cuidadosa” en la Palabra de Dios para adquirir conocimiento exacto de Jehová y su voluntad (1 Ped. 1:10-12). El apóstol Pablo animó a Timoteo a alimentarse “con las palabras de la fe y de la excelente enseñanza” (1 Tim. 4:6). Si usted sigue ese consejo, estará bien equipado para ayudar espiritualmente a su semejante y, al mismo tiempo, fortalecerá su propia fe.

LA PALABRA DE DIOS NOS PROTEGE

Los judíos de la ciudad macedonia de Berea “examinaban con cuidado las Escrituras diariamente”. Cuando Pablo les predicó las buenas nuevas, compararon lo que oían con su conocimiento previo de la Biblia, y muchos se convencieron de que el apóstol enseñaba la verdad y “se hicieron creyentes” (Hech. 17:10-12). Su ejemplo nos enseña que la lectura diaria de la Biblia fortalece nuestra fe en Jesús. Y esa fe, que es “la expectativa segura de las cosas que se esperan”, es esencial para pasar con vida al nuevo mundo de Dios (Heb. 11:1).

Pablo tuvo buenas razones para escribir: “En cuanto a nosotros los que pertenecemos al día, mantengamos nuestro juicio y llevemos puesta la coraza de la fe y el amor, y como yelmo la esperanza de la salvación” (1 Tes. 5:8). Tal como el soldado necesita protegerse el corazón de los ataques del enemigo, el cristiano debe proteger su corazón simbólico del poder del pecado. ¿Qué ocurre cuando un siervo de Jehová tiene fe firme en las promesas divinas y, además, ama a Dios y a su prójimo? Pues que lleva puesta una coraza espiritual de la mejor calidad. Protegido así su corazón, es difícil que haga algo que lo lleve a perder el favor de Jehová.

Pablo también mencionó un yelmo: “la esperanza de la salvación”. Sin protección en la cabeza, el soldado de tiempos bíblicos podía morir fácilmente en combate. Pero con un buen yelmo, los golpes que recibiera en la cabeza no le provocarían heridas graves. Pues bien, nosotros fortalecemos nuestra esperanza en los actos de salvación de Jehová estudiando su Palabra. Una esperanza sólida nos permite rechazar a los apóstatas y sus “vanas palabrerías” semejantes a gangrena (2 Tim. 2:16-19). La esperanza también nos dará fuerzas para no ceder a la influencia de quienes desearían que hiciéramos algo que Jehová condena.

UNA CLAVE PARA SOBREVIVIR

Cuanto más nos acercamos al fin de este sistema, más necesitamos confiar en la Palabra de Jehová. Sus consejos nos ayudan a vencer malas costumbres y a dominar la inclinación al pecado. Con el ánimo y consuelo que nos da la Biblia superaremos las pruebas que Satanás y su mundo nos pongan por delante. Y con la guía que Jehová nos proporciona en su Palabra permaneceremos en el camino que lleva a la vida.

Recuerde que la voluntad de Dios es que “hombres de toda clase se salven”. Los siervos de Dios nos hallamos entre esos “hombres de toda clase”, y también las personas a las que podemos ayudar con nuestra predicación y enseñanza. Pero todos los que desean salvarse deben obtener “conocimiento exacto de la verdad” (1 Tim. 2:4). Por eso, para sobrevivir a estos últimos días tenemos que leer las Santas Escrituras y seguir sus instrucciones. En efecto, nuestra lectura de la Biblia a diario revela lo mucho que estimamos la valiosa Palabra de la verdad (Juan 17:17).


CÓMO EVITAR LA VIOLENCIA EN EL HOGAR


La violencia se gesta en el corazón y en la mente; nuestro modo de actuar se origina en nuestro modo de pensar. (Santiago 1:14, 15.) La persona violenta tiene que transformar su modo de pensar para despojarse de la agresividad. (Romanos 12:2.) ¿Es posible? Sí. La Palabra de Dios tiene el poder de cambiar a la gente. Puede incluso desarraigar ideas destructivas ‘fuertemente atrincheradas’. (2 Corintios 10:4; Hebreos 4:12.) El conocimiento exacto de la Biblia ayuda a cambiar de tal manera a la persona, que se dice que esta se viste de una nueva personalidad. (Efesios 4:22-24; Colosenses 3:8-10.)

Cómo ver al cónyuge. La Palabra de Dios dice: “Los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama”. (Efesios 5:28.) La Biblia también dice que el esposo debe asignar a su esposa “honra como a un vaso más débil”. (1 Pedro 3:7.) A las esposas se las exhorta a que “amen a sus esposos” y les tengan “profundo respeto”. (Tito 2:4; Efesios 5:33.) Está claro que ningún esposo temeroso de Dios puede decir con razón que honra a su esposa si abusa de ella física o verbalmente. Y ninguna esposa que grita a su esposo, le habla con sarcasmo o lo regaña constantemente puede decir que lo ama y lo respeta de verdad.

Cómo ver a los hijos. Los hijos merecen, es más, necesitan, el amor y la atención de los padres. La Palabra de Dios llama a los hijos “una herencia de parte de Jehová” y “un galardón”. (Salmo 127:3.) Los padres son responsables ante Jehová de cuidar esa herencia. La Biblia habla de “las cosas características de pequeñuelo” y de la “tontedad” de la niñez. (1 Corintios 13:11; Proverbios 22:15.) A los padres no les debe sorprender que sus hijos actúen ‘tontamente’. Los jóvenes no son adultos. Los padres no deben pedir más de sus hijos de lo que es propio de su edad, sus antecedentes familiares y su capacidad. (Génesis 33:12-14.)

Cómo ver a los padres mayores. Levítico 19:32 dice: “Ante canas debes levantarte, y tienes que mostrar consideración a la persona del envejecido”. De modo que la Ley de Dios fomentaba el tener en alta estima y respetar a las personas mayores. Esto puede resultar difícil cuando un padre mayor es demasiado exigente o está enfermo y no se mueve ni piensa con rapidez. De todos modos, se recuerda a los hijos que sigan “pagando la debida compensación a sus padres”. (1 Timoteo 5:4.) Esto significa tratarlos con dignidad y respeto, e incluso ayudarlos económicamente si es necesario. Maltratar a los padres mayores físicamente o de cualquier otra manera es totalmente contrario a la enseñanza bíblica.

Cultivemos autodominio. Proverbios 29:11 dice: “Todo su espíritu es lo que el estúpido deja salir, pero el que es sabio lo mantiene calmado hasta lo último”. ¿Cómo podemos controlar el espíritu? En vez de dejar que la frustración se apodere de nosotros, zanjemos enseguida las dificultades que surjan. (Efesios 4:26, 27.) Salgamos del lugar si sentimos que vamos a perder el control. Pidamos a Dios que su espíritu santo produzca en nosotros autodominio. (Gálatas 5:22, 23.) Un paseo o un poco de ejercicio físico pueden ayudarnos a controlar las emociones. (Proverbios 17:14, 27.) Procuremos ser ‘tardos para la cólera’. (Proverbios 14:29.)



martes, 23 de febrero de 2016

¿EXÍGE DIOS QUE AYUNEMOS?


LA LEY que Dios dio mediante Moisés prescribía solamente un ayuno: el del Día de Expiación anual. Ese día, según la Ley, todos los israelitas estaban obligados a “afligir sus almas”, lo que se cree que equivalía a ayunar. (Levítico 16:29-31; 23:27; Salmo 35:13.) Sin embargo, no se trataba de una simple formalidad. La observancia del Día de Expiación hacía que los israelitas tomaran mayor conciencia de su estado pecaminoso y su necesidad de redención. Además, ayunaban ese día como expresión de dolor por sus pecados y de arrepentimiento ante Dios.

Si bien este era el único ayuno obligatorio bajo la Ley de Moises, los israelitas observaban otros más. (Éxodo 34:28; 1 Samuel 7:6; 2 Crónicas 20:3; Esdras 8:21; Ester 4:3, 16.) Entre estos figuraban ayunos voluntarios en señal de arrepentimiento. Jehová instó al pueblo descarriado de Judá: “Vuelvan a mí con todo su corazón, y con ayuno y con lloro y con plañido”. Mas no habrían de hacerlo con el fin de impresionar, pues Dios pasó a decir: “Rasguen su corazón, y no sus prendas de vestir”. (Joel 2:12-15.)

Con el tiempo, muchos israelitas ayunaban por pura apariencia. Jehová detestaba su ayuno insincero, y por esta razón preguntó a los israelitas hipócritas: “¿Debe el ayuno que yo escoja llegar a ser como este, como día en que el hombre terrestre se aflija el alma? ¿Para inclinar su cabeza justamente como un junco, y para que extienda mera tela de saco y cenizas como su lecho? ¿Es esto lo que tú llamas un ayuno y un día acepto a Jehová?”. (Isaías 58:5.) Se mandó a estos rebeldes que, en vez de hacer ostentación de su ayuno, produjeran obras dignas de arrepentimiento.

Algunos de los ayunos establecidos por los judíos recibieron la desaprobación divina desde el mismo principio. Por ejemplo, hubo un tiempo en que el pueblo de Judá ayunaba cuatro veces al año para conmemorar las calamidades relacionadas con el sitio y la desolación de Jerusalén en el siglo VII a.d.C. (2 Reyes 25:1-4, 8, 9, 22-26; Zacarías 8:19.) Después de que los judíos fueron liberados de la cautividad en Babilonia, Jehová dijo mediante el profeta Zacarías: “Cuando ustedes ayunaron, y esto por setenta años, ¿ayunaron realmente para mí, hasta para mí?”. Dios desaprobaba estos ayunos porque con ellos los judíos lamentaban los castigos que él mismo les había impuesto. Ayunaban debido a la calamidad que les había acaecido, no por los malos actos que la causaron. Una vez devueltos a su patria, era el momento de regocijarse en vez de lamentarse del pasado. (Zacarías 7:5.)

¿Está bien que los cristianos ayunen?

Aunque Jesucristo nunca impuso la práctica del ayuno a sus discípulos, él y sus seguidores ayunaban el Día de Expiación porque estaban bajo la Ley dada a Moises Además, como él no condenó la costumbre de ayunar, algunos de sus discípulos observaron ayunos voluntarios en diversas ocasiones. (Hechos 13:2, 3; 14:23.) Sin embargo, jamás habrían de ‘desfigurarse el rostro para que a los hombres les pareciera que ayunaban’. (Mateo 6:16.) Semejante despliegue de piedad podría granjearles la admiración de los hombres y sus gestos de aprobación; pero tal presunción no es grata a Dios. (Mateo 6:17, 18.)

Jesús también mencionó que sus seguidores ayunarían cuando él muriera. Con ello no estaba instituyendo un ayuno ritual, sino, más bien, indicando cuál sería su reacción ante el profundo dolor que sentirían. Cuando resucitara, volvería a estar con ellos y ya no tendrían motivo para ayunar. (Lucas 5:34, 35.)

La Ley dadaa Moises caducó cuando “Cristo fue ofrecido una vez para siempre para cargar con los pecados de muchos”. (Hebreos 9:24-28.) Con la abolición de la Ley, terminó también el mandato de ayunar el Día de Expiación. Así se eliminó el único ayuno obligatorio a que hace referencia la Biblia.

¿Y la cuaresma?

¿En qué se basa, entonces, la práctica de ayunar durante la cuaresma? Tanto las iglesias católicas como las protestantes observan la cuaresma, si bien cada una a su manera. Algunas personas toman una única comida al día durante los cuarenta días anteriores a la Pascua de Resurrección; otras observan riguroso ayuno solamente el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; y hay quienes consideran un requisito abstenerse de comer carne, pescado, huevos y productos lácteos.

Se cree que la cuaresma tiene su fundamento en los cuarenta días que Jesús ayunó después de su bautismo. ¿Instauró él en ese momento un rito de observación anual? En absoluto, como lo evidencia el hecho de que la Biblia no da testimonio de dicha práctica entre los primeros cristianos. La cuaresma se introdujo por primera vez en el siglo IV después de Cristo, y como muchas otras enseñanzas de la cristiandad, se tomó prestada de fuentes paganas.

Si la cuaresma quiere imitar el ayuno de Jesús en el desierto después de su bautismo, ¿por qué se celebra en las semanas previas a la Pascua, que es supuestamente el tiempo de su resurrección? Jesús no ayunó los días que antecedieron a su muerte. Los Evangelios muestran que él y sus discípulos visitaron varios hogares de Betania y comieron allí pocos días antes de que él muriera. Y él comió la cena pascual la noche anterior a su muerte. (Mateo 26:6, 7; Lucas 22:15; Juan 12:2.)

Cuando el ayuno puede ser provechoso

Analicemos algunas ocasiones en las que el adorador de Dios puede ayunar hoy día. Una persona que ha cometido un pecado quizás no quiera comer por algún tiempo. No lo hace para impresionar ni porque esté encolerizada debido a la disciplina que ha recibido; y, naturalmente, el ayuno de por sí no enmienda los asuntos con Dios. No obstante, quien de verdad está arrepentido siente un profundo dolor por haber herido a Jehová y, probablemente, a sus amigos y familiares. La angustia y la oración fervorosa para obtener el perdón pueden quitarle el apetito.

David, el rey de Israel, pasó por una experiencia semejante. Ante la perspectiva de perder el hijo que le había dado Bat-seba, se concentró únicamente en rogar a Jehová que le mostrara clemencia al niño. Durante el tiempo en que todas sus emociones y fuerzas estuvieron entregadas a la oración, David ayunó. Del mismo modo, puede que resulte poco apropiado tomar alimento cuando nos hallamos en ciertas situaciones de mucha tensión. (2 Samuel 12:15-17.)

La Biblia contiene ejemplos de siervos de Dios que ayunaron cuando tuvieron que tomar decisiones importantes. En tiempos de Nehemías, los judíos se vieron precisados a hacer un juramento a Jehová, el rompimiento del cual les acarrearía una maldición. Debían prometer que despedirían a sus esposas extranjeras y se mantendrían separados de las naciones vecinas. Antes de jurar, y durante la confesión de su culpa, toda la congregación ayunó. (Nehemías 9:1, 38; 10:29, 30.) Por consiguiente, el cristiano que deba tomar decisiones serias puede privarse de alimento por un corto período de tiempo.

Los pastores de la congregación cristiana primitiva en ocasiones ayunaban cuando tenían que tomar decisiones. Hoy día, puede que los pastores de congregación a quienes corresponda tomar determinaciones difíciles, como, por ejemplo, en casos judiciales, se abstengan de alimento mientras estudian el asunto.

Ayunar o no en determinadas circunstancias es una decisión personal. Nadie debe juzgar a otro al respecto. No queremos ‘parecer justos a los hombres’, ni tampoco conceder tal importancia al alimento que interfiera en el cumplimiento de los deberes importantes. (Mateo 23:28; Lucas 12:22, 23.) Y, como muestra la Biblia, Dios ni exige que ayunemos ni nos prohíbe que lo hagamos.



SIGA LA REGLA DE ORO EN SU VIDA CRISTIANA Y AL PREDICAR


“Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” (MAT. 7:12)


HACE unos años, un matrimonio cristiano estaba participando en una campaña para invitar a la gente a la Iglesia. Mientras hablaban con una señora, se puso a llover. El hermano le pasó un paraguas, y su esposa y él compartieron otro. ¡Qué alegría sintió la pareja cuando la señora asistió a la Conmemoración! Ella reconoció que no recordaba mucho de lo que los hermanos le habían dicho, pero había quedado tan impresionada por la forma en que la trataron que no pudo faltar. ¿Qué es lo que habían hecho ellos? Aplicar lo que se conoce como la Regla de Oro.

¿Qué es la Regla de Oro? Es este consejo de Jesús: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mat. 7:12). ¿Cómo podemos aplicar esta regla? Básicamente, haciendo dos cosas. La primera es preguntarnos: “Si yo estuviera en el lugar de la otra persona, ¿cómo me gustaría que me trataran?”. Y la segunda es actuar en armonía con eso para complacer a nuestro prójimo en lo que sea posible (1 Cor. 10:24).

A menudo aplicamos la Regla de Oro con nuestros hermanos en la fe. Pero Jesús no dijo que solo la aplicáramos con ellos. De hecho, cuando la enseñó estaba hablando de cómo tratar a la gente en general e incluso a nuestros enemigos (lea Lucas 6:27, 28, 31, 35). Si debemos seguir la Regla de Oro al tratar a nuestros enemigos, con mucha más razón debemos seguirla con quienes encontramos al predicar, muchos de los cuales quizás estén “correctamente dispuestos para salvación” (Hech. 13:48).

Veamos ahora cuatro aspectos que podemos tener presentes cuando predicamos: 1) a quiénes voy a hablarles, 2) dónde les voy a hablar, 3) cuándo será el mejor momento y 4) cómo voy a empezar la conversación. Pensar en ellos nos ayudará a adaptarnos a las personas teniendo en cuenta sus sentimientos (1 Cor. 9:19-23).

A QUIÉNES VOY A HABLARLES

En nuestra vida cristiana, normalmente hablamos con personas que son diferentes unas de las otras, cada una con su historia y sus problemas (2 Crón. 6:29). Cuando intente transmitir las buenas nuevas a alguien, pregúntese: “Si yo fuera él, ¿me gustaría que me vieran tan solo como un vecino más? ¿O preferiría que me conocieran como la persona que soy?”. Hacernos estas preguntas nos recordará que debemos tener en cuenta que cada persona es única.

No debemos juzgar a nadie ni apresurarnos a ponerle la etiqueta de “mal educado”. Hasta nosotros, que hacemos todo lo posible por aplicar el consejo bíblico de hablar “siempre con gracia”, somos imperfectos y a veces decimos cosas que luego lamentamos (Col. 4:6; Sant. 3:2). Si le hiciéramos un comentario poco amable a alguien, quizás porque tenemos un mal día, no nos gustaría que nos pusiera la etiqueta de “brusco” o “desconsiderado”, ¿verdad? Desearíamos que fuera comprensivo con nosotros. Entonces, ¿no deberíamos nosotros tener esa misma consideración con los demás?

Si alguien que encontramos en la predicación nos trata mal, ¿por qué no le concedemos el beneficio de la duda? Podría ser que estuviera muy presionado en su trabajo o en la escuela, o que tuviera una enfermedad grave. Muchas personas que al principio se han mostrado enojadas han reaccionado favorablemente cuando los siervos de Dios han sido apacibles y respetuosos con ellas (Prov. 15:1; 1 Ped. 3:15).

Nuestra predicación llega a personas de toda clase. Algunas personas habían sido ladrones, borrachos, pandilleros o drogadictos. Otras habían sido políticos, religiosos o personas centradas en su profesión. Algunas habían llevado una vida inmoral. Sin embargo, todas ellas oyeron las buenas nuevas, aceptaron a Jesús, cambiaron y se hicieron Cristianos. Por consiguiente, nunca pensemos que hay quienes jamás aceptarán el mensaje del Reino (lea 1 Corintios 6:9-11). Más bien, recordemos que este mensaje puede tocarle el corazón a “gente de toda clase” (1 Cor. 9:22).

DÓNDE VOY A HABLAR CON LAS PERSONAS

¿Dónde hablamos con las personas? Además de abordarlas en la calle, puede ser también en la puerta de su casa (Mat. 10:11-13). Y pensemos esto: todos agradecemos que los demás respeten nuestra vivienda y propiedades. Al fin y al cabo, eso es importante para nosotros. Queremos que nuestro hogar sea un refugio en el cual disfrutar de intimidad y seguridad. Pues bien, el hogar de nuestros vecinos merece ese mismo respeto. ¿Lo estamos demostrando? (Hech. 5:42.)

En el mundo de hoy, donde los delitos están a la orden del día, mucha gente desconfía de los extraños (2 Tim. 3:1-5). Pero nosotros no debemos hacer nada que alimente esa desconfianza. Por ejemplo, supongamos que nos acercamos a una casa y llamamos a la puerta principal. Si nadie responde, podríamos sentirnos tentados a mirar por la ventana o caminar alrededor de la casa para ver si hay alguien. En la zona donde usted predica, ¿molestaría eso a los residentes? ¿Qué podrían pensar los vecinos que lo vieran? Es cierto que debemos ser concienzudos en nuestro ministerio (Hech. 10:42). Llevamos un mensaje animador y deseamos intensamente que la gente lo conozca; nuestros motivos son buenos (Rom. 1:14, 15). Sin embargo, debemos ser prudentes y evitar hacer cualquier cosa que pueda molestar innecesariamente a las personas. El apóstol Pablo escribió: “De ninguna manera estamos dando causa alguna para tropiezo, para que no se encuentre falta en nuestro ministerio” (2 Cor. 6:3). Si respetamos la casa y la propiedad de quienes viven en nuestro territorio, nuestra conducta tal vez atraiga a la verdad a algunos (lea 1 Pedro 2:12).

CUÁNDO VOY A HABLAR CON LAS PERSONAS

La mayoría de nosotros llevamos vidas muy ocupadas. Para cumplir con nuestras obligaciones, tenemos que fijar prioridades y planificar bien nuestro horario (Efes. 5:16; Filip. 1:10). Si alguien interrumpe nuestras actividades, tal vez nos sintamos frustrados. Por lo tanto, agradecemos que los demás respeten nuestro tiempo y entiendan que quizás no podamos extendernos mucho hablando con ellos. Teniendo presente la Regla de Oro, ¿cómo podemos mostrar respeto a aquellos a quienes predicamos?

Tratemos de determinar cuándo es el mejor momento para visitar a las personas. Nuestros vecinos, ¿a qué hora están normalmente en casa? ¿Cuándo estarán más dispuestas a escuchar? Es conveniente que nos amoldemos a su horario. En algunas zonas, la predicación es más productiva al atardecer. Si ese es el caso donde vivimos, ¿podríamos efectuar por lo menos parte de nuestra predicación en esas horas? (Lea 1 Corintios 10:24.) Podemos estar seguros de que Jesús bendecirá los sacrificios que hagamos por salir a predicar en las horas más convenientes para la gente.

¿De qué otra manera podríamos mostrar respeto? Cuando encontramos a alguien dispuesto a escucharnos, debemos darle un buen testimonio, pero sin abusar de su hospitalidad. La persona quizás haya reservado ese tiempo para hacer alguna otra cosa que considera importante. Si dice que está ocupada, podemos prometerle que seremos breves... y serlo (Mat. 5:37). Al acabar la conversación, conviene que le preguntemos cuándo le iría bien que la visitáramos. A algunos hermanos les ha dado buenos resultados decir: “Me gustaría volver a visitarlo. ¿Sería mejor que lo llamara o le enviara un mensaje de texto antes de venir?”. Cuando nos adaptamos al horario de la gente, seguimos el ejemplo de Pablo, quien afirmó: “No estoy buscando mi propia ventaja, sino la de los muchos, para que se salven” (1 Cor. 10:33).

CÓMO VOY A EMPEZAR LA CONVERSACIÓN

Imagine que recibe una llamada pero no reconoce la voz de quien lo llama. Es un desconocido y sin embargo le pregunta qué tipo de alimentos prefiere. Usted está pensando quién es y qué es lo que quiere. Por educación, tal vez hable brevemente con él, pero es probable que después ponga fin a la conversación. Por otro lado, suponga que quien lo llama se identifica, le dice que trabaja en el campo de la nutrición y se ofrece amablemente a darle una información que puede serle útil. Es posible que lo escuche con más agrado, ¿verdad? Y es que todos agradecemos que los demás se dirijan a nosotros con respeto pero también con franqueza. ¿Podemos mostrar esa misma consideración a quienes encontramos cuando predicamos?

En muchas zonas debemos decirle desde el principio a quien nos atiende por qué estamos en su puerta. Es cierto que le llevamos una información valiosa que él no tiene, pero suponga que, sin habernos presentado como es debido, comenzáramos la conversación bruscamente preguntándole algo así: “Si usted pudiera quitar algún problema de este mundo, ¿cuál quitaría?”. Sabemos que el objetivo de esa pregunta es averiguar qué piensa y entonces dirigir la conversación a la Biblia. Pero él podría pensar: “¿Quién es este desconocido, y por qué me hace esa pregunta? ¿Qué es lo que quiere?”. Así que, tratemos de que se sienta cómodo (Filip. 2:3, 4). ¿Cómo podemos lograrlo?

A un hermano le ha dado buenos resultados hacer lo siguiente. Después de saludar a la persona y presentarse, le entrega una información impresa y le dice: “Hoy les estamos dando esta hoja a todos los que encontramos. Habla de seis preguntas que muchas personas se hacen. Tome, esta es para usted”. (Según cuenta el hermano, la mayoría de la gente parece relajarse un poco después que sabe cuál es el motivo de la visita, de modo que a menudo es más fácil seguir conversando.) El hermano continúa diciendo: “¿Alguna vez se ha hecho alguna de estas preguntas?”. Si la persona señala una, abre la información y le muestra lo que dice la Biblia sobre esa cuestión. Si no, él mismo selecciona una pregunta y sigue la conversación sin ponerla en un apuro. Por supuesto, hay muchas maneras de iniciar una conversación. En algunas zonas se espera que cumplamos con más formalidades antes de mencionar la razón de nuestra visita. La clave es ponernos en el lugar de las personas de nuestro vecindario y dirigirnos a ellas de manera que estén dispuestas a escucharnos.

NO DEJE DE SEGUIR LA REGLA DE ORO EN SU VIDA CRISTIANA

En resumen, ¿de qué maneras podemos seguir la Regla de Oro en nuestra vida cristiana? Tratando a cada persona como alguien distinto y único. Respetando la casa y la propiedad de cada uno. Esforzándonos por predicar a horas en que sea más probable que encontremos a los residentes en casa y que estén dispuestos a escucharnos. Y adaptandonos a las costumbres de las personas de nuestro vecindario.

Tratar a las personas como nos gustaría que nos trataran a nosotros da buenos resultados. Siendo amables y considerados, dejamos brillar nuestra luz, destacamos el valor de los principios bíblicos y damos gloria a nuestro Padre celestial (Mat. 5:16). Esa forma de presentar el mensaje puede atraer a más personas a la verdad (1 Tim. 4:16). Y tanto si nuestros oyentes aceptan el mensaje del Reino como si no, tenemos la satisfacción de saber que estamos efectuando nuestro ministerio lo mejor posible (2 Tim. 4:5). Imitemos al apóstol Pablo, quien escribió: “Hago todas las cosas por causa de las buenas nuevas, para hacerme partícipe de ellas con otros” (1 Cor. 9:23). Así pues, sigamos siempre la Regla de Oro en nuestra vida cristiana.




lunes, 22 de febrero de 2016

¿VALORA DIOS A LA MUJER?


▪ ¿Maldijo Dios a la mujer?

No. Dios maldijo a “la serpiente original, el que es llamado Diablo” (Apocalipsis 12:9; Génesis 3:14). Cuando Jehová dijo que Adán dominaría a su esposa, no le estaba dando su consentimiento para que la sometiera (Génesis 3:16). Solo estaba prediciendo cuáles serían las tristes consecuencias del pecado que habían cometido.
De modo que el maltrato que sufre la mujer es consecuencia del pecado que heredan los seres humanos, y no de una maldición divina. La Biblia no promueve la idea de que la mujer deba ser sometida para pagar por el pecado original (Romanos 5:12).

▪ ¿Fue creada inferior al hombre?

En absoluto. Génesis 1:27 dice: “Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó”. Así que tanto el hombre como la mujer fueron creados con la capacidad de reflejar la personalidad de Dios. Y a pesar de tener una constitución física y emocional diferente, su Creador les encargó la misma comisión y les otorgó los mismos derechos (Génesis 1:28-31).

Antes de crear a Eva, Dios indicó: “Voy a hacerle una ayudante a Adán, como complemento de él” (Génesis 2:18). ¿Significa el hecho de que Eva fuera creada como complemento de Adán que era inferior a él? De ningún modo. La expresión hebrea empleada también se puede traducir “ayuda idónea para él” o “ayuda similar a él”. Para ilustrarlo: ¿quién es más importante en un quirófano? ¿El cirujano o el anestesiólogo? Es cierto que el cirujano es el que opera, pero no podría hacerlo sin la ayuda del anestesiólogo. Algo parecido pasa en el caso del hombre y la mujer. Dios los creó para que colaboraran estrechamente, no para que compitieran entre sí (Génesis 2:24).

▪ ¿Qué prueba que Dios valora a la mujer?

La Ley de Dios mandaba honrar y respetar tanto al padre como a la madre (Éxodo 20:12; 21:15, 17). Además, exigía que se mostrara la debida consideración a las mujeres embarazadas (Éxodo 21:22). Incluso en nuestros días, estos mandatos contrastan con la falta de derechos que sufren las mujeres en muchas partes del mundo. Pero eso no es todo.

La Ley de Dios y la mujer

La Ley que Dios suministró a la nación de Israel tenía multitud de beneficios físicos, morales y espirituales para todo el pueblo, hombres y mujeres por igual. Si ponían en práctica lo que escuchaban, estarían “por encima de todas las otras naciones de la tierra” (Deuteronomio 28:1, 2). ¿Y qué hay en cuanto a las mujeres? ¿Con qué derechos contaban bajo la Ley?

1. Derecho a la libertad individual. A diferencia de lo que pasaba en otras naciones de aquel tiempo, las israelitas disfrutaban de mucha libertad. Aunque el varón era el cabeza de familia, la esposa, con la plena confianza de él, podía desempeñar tareas como inspeccionar un terreno, comprarlo o plantar una viña. Y si era buena hilando y tejiendo, podía montar su propio negocio (Proverbios 31:11, 16-19). Las mujeres del antiguo Israel eran individuos con derechos propios y no meros apéndices del hombre.

También podían cultivar una relación personal con Dios. En la Biblia se mencionan casos como el de Ana, quien le oró a Dios sobre algo que le preocupaba y le hizo un voto en secreto (1 Samuel 1:11, 24-28). Cierta señora de la ciudad de Sunem solía ir los sábados a consultar al profeta Eliseo (2 Reyes 4:22-25). Algunas, como Débora y Huldá, ejercieron de representantes divinas. Hasta sacerdotes y hombres prominentes acudían a ellas por consejo (Jueces 4:4-8; 2 Reyes 22:14-16, 20).

2. Derecho a la educación. Al ser una de las partes implicadas en el pacto de la Ley, las mujeres podían estar presentes durante la lectura de las leyes, lo que les daba muchas oportunidades de aprender (Deuteronomio 31:12; Nehemías 8:2, 8). Asimismo podían recibir preparación para ciertas facetas de la adoración pública. Algunas probablemente desempeñaban “servicio organizado” en el tabernáculo, y otras cantaban en un coro mixto (Éxodo 38:8; 1 Crónicas 25:5, 6).

Muchas israelitas sabían cómo llevar un negocio próspero (Proverbios 31:24). Y las madres contribuían a la formación de los hijos varones hasta que se hacían adultos (Proverbios 31:1). ¡Qué diferente de otras naciones en las que solo el padre los educaba! Sin duda alguna, la mujer del antiguo Israel no carecía de educación.

3. Derecho al respeto. Uno de los Diez Mandamientos estipulaba: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12). Y el sabio rey Salomón dijo en uno de sus proverbios: “Escucha, hijo mío, la disciplina de tu padre, y no abandones la ley de tu madre” (Proverbios 1:8).
La Ley regulaba con detalle el trato con personas del sexo opuesto y manifestaba gran respeto por las mujeres (Levítico 18:6, 9; Deuteronomio 22:25, 26). Incluso les recordaba a los hombres que debían tener en cuenta los límites físicos y biológicos de su esposa (Levítico 18:19).

4. Derecho a la protección. En su Palabra, Jehová se describe a sí mismo como “padre de huérfanos de padre y juez de viudas”, es decir, se consideraba responsable de proteger a quienes no tenían un padre o un esposo que lo hiciera (Salmo 68:5; Deuteronomio 10:17, 18). De hecho, en cierta ocasión en que la viuda de un sacerdote se vio en aprietos por culpa de un acreedor injusto, Jehová hizo un milagro para que ella pudiera sobrevivir sin perder su dignidad (2 Reyes 4:1-7).

Otro ejemplo es el de las hijas de Zelofehad. Cuando los israelitas todavía estaban en el desierto, este cabeza de familia murió sin dejar un descendiente varón. Entonces, sus cinco hijas solicitaron “una posesión” en la Tierra Prometida. Jehová les concedió más de lo que ellas habían pedido, pues le dijo a Moisés: “Debes darles la posesión de una herencia en medio de los hermanos de su padre, y tienes que hacer que la herencia de su padre pase a ellas”. A partir de ese momento, las mujeres israelitas pudieron recibir una herencia de sus padres y dejársela a sus descendientes (Números 27:1-8).

Por todo esto las mujeres son tan dignas y de tanto valor como los hombres a los ojos de Dios.





BUSCA A JESÚS ÉL COMPRENDE NUESTRO DOLOR


Juan 11:33-35

“EMPATÍA es sentir tu dolor en mi corazón.” El máximo exponente de la empatía es Dios. Él siente el dolor que sufre su pueblo. ¿Cómo lo sabemos? La inmensa empatía de Jehová quedó perfectamente plasmada en la vida de Jesús cuando estuvo en la Tierra (Juan 5:19). Veamos, por ejemplo, el episodio registrado en Juan 11:33-35.

Cuando Lázaro murió siendo aún relativamente joven, Jesús se desplazó hasta el pueblo de ese amigo suyo. Como es comprensible, Marta y María, las hermanas del difunto, se encontraban profundamente abatidas. Dado que Jesús amaba mucho a esta familia, ¿cómo reaccionó? (Juan 11:5.) La Biblia dice: “Jesús cuando la vio llorando a María, y a los judíos que vinieron con ella llorando, gimió en el espíritu y se perturbó; y dijo: ‘¿Dónde lo han puesto?’. Ellos le dijeron: ‘Señor, ven y ve’. Jesús cedió a las lágrimas” (Juan 11:33-35). ¿Por qué lloró? Es verdad que su querido amigo Lázaro estaba muerto, pero él iba a resucitarlo, a devolverle la vida (Juan 11:41-44). ¿Hubo algo más que lo conmovió?

Repasemos los versículos en cuestión. Fíjese que cuando Jesús vio a María y a las demás personas llorando, él “gimió” y “se perturbó”. Las palabras originales que se traducen así comunican la idea de una emoción intensa. Jesús se sintió muy conmovido por lo que vio. La emoción intensa que surgió en su corazón hizo que se le saltaran las lágrimas. Está claro, pues, que a Jesús le conmovió el dolor de los demás. ¿Se ha puesto usted alguna vez a llorar al ver a alguien querido llorando? (Romanos 12:15.)

La empatía de Jesús nos ayuda a comprender sus cualidades y su modo de actuar. Recuerde que Jesús reflejó con tanta perfección las cualidades de su Padre que pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9). Así que cuando leemos que “Jesús cedió a las lágrimas”, podemos estar seguros de que Jehová siente en su corazón el dolor de sus adoradores. Además, otros escritores de la Biblia confirman este hecho (Isaías 63:9; Zacarías 2:8). ¡Qué Dios tan tierno es Jehová!

La empatía atrae. Cuando estamos desanimados o deprimidos, nos sentimos atraídos hacia quienes comprenden nuestras circunstancias y comparten nuestro dolor. Cuánto más nos atrae Jehová, un Dios sumamente compasivo que siente nuestro dolor y comprende mejor que nadie por qué lloramos (Salmo 56:8).



CÓMO SUPERAR EL ORGULLO Y LA ENVIDIA


El orgullo es divisivo, pues hace que la gente se crea superior y presuma con arrogancia de sus logros. Pero esa actitud jactanciosa atenta contra la unidad, pues puede despertar envidias. El discípulo Santiago lo expresó con franqueza: “Todo ese gloriarse o presumir es malo” (Sant. 4:16). Tratar a las personas como si fueran inferiores es una falta de amor. Cabe notar que Jehová es un excelente ejemplo de humildad, pues se digna a tratar con nosotros, que somos tan imperfectos. David le dijo a Dios: “Tu humildad es lo que me hace grande” (2 Sam. 22:36). La Biblia nos ayuda a vencer el orgullo enseñándonos a ver las cosas desde la debida perspectiva. Por ejemplo, Pablo preguntó por inspiración: “¿Quién hace que tú difieras de otro? En realidad, ¿qué tienes tú que no hayas recibido? Entonces, si verdaderamente lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor. 4:7).

Otra actitud que socava la unidad es la envidia. Debido al pecado heredado, todos tenemos una “tendencia hacia la envidia” (Sant. 4:5). Ni siquiera los cristianos más maduros están libres de sentir celos de la situación, las posesiones, los nombramientos o las habilidades de los demás. Por ejemplo, un padre de familia podría envidiar a un pastor por la asignación que desempeña, sin darse cuenta de que este podría envidiarlo a él porque tiene hijos. ¿Cómo evitaremos que esta actitud perturbe nuestra unidad?

Algo que nos ayudará a no ser presa de la envidia es recordar que la Biblia compara a los miembros de la congregación con las partes del cuerpo (léa 1 Corintios 12:14-18). Pensemos en el ojo, que está a la vista de todos, y en el corazón, que no lo está. A pesar de esta diferencia, ¿no es cierto que valoramos ambos órganos? Pues así mismo valora Jesús a todos sus siervos, aunque en cierto momento algunos estén más “a la vista” que otros. Por eso, debemos aprender a ver a nuestros hermanos como él lo hace. Preocupémonos por ellos en vez de envidiarlos. Así contribuiremos a que sea cada vez más clara la distinción entre nosotros y los miembros de la cristiandad.



domingo, 21 de febrero de 2016

‘NO NOS AVERGONCEMOS DE PREDICAR LAS BUENAS NUEVAS’


“No me avergüenzo de las buenas nuevas; son, en realidad, el poder de Dios para salvación a todo el que tiene fe.” (ROMANOS 1:16.)

LO QUE le parece una buena noticia a alguien quizás no lo sea para otra persona. Por lo general, a quien trae buenas noticias se le da una cordial bienvenida y se le escucha atentamente. Sin embargo, la Biblia predijo que la gente descreída del mundo no consideraría deleitables las buenas nuevas del Reino de Dios ni su mensaje de salvación. (Compárelo con 2 Corintios 2:15, 16.)

El apóstol Pablo estuvo entre los que fueron enviados a llevar buenas nuevas al público. ¿Qué opinaba él de su comisión? Dijo: “Por mi parte tengo vivo interés en declararles las buenas nuevas también a ustedes, allí en Roma. Porque no me avergüenzo de las buenas nuevas”. (Romanos 1:15, 16.) Para que esas nuevas o noticias siguieran siendo buenas hoy día, aproximadamente 2.000 años después que el apóstol Pablo les escribió a los cristianos que vivían entonces en Roma, realmente tendrían que ser buenas nuevas de larga duración. Son, de hecho, “buenas nuevas eternas”. (Apocalipsis 14:6.)

¿Por qué dijo el apóstol Pablo que no se avergonzaba de las buenas nuevas? ¿Por qué podría haberse avergonzado de ellas? Porque no eran un mensaje popular, pues tenían que ver con un hombre a quien se había fijado en una cruz como si fuera un delincuente despreciable, lo cual, según las apariencias, llevaba a que se le juzgara mal. Por tres años y medio este hombre había caminado por toda Palestina llevando las buenas nuevas y había experimentado la oposición inflexible de los judíos, especialmente de los líderes religiosos. Y ahora Pablo, portador del nombre de aquel hombre despreciado, se encaraba con una hostilidad parecida. (Mateo 9:35; Juan 11:46-48, 53; Hechos 9:15, 20, 23.)

Debido a aquella oposición, puede que a Pablo y sus compañeros, también discípulos de Jesucristo, se les haya considerado como personas que tenían algo de lo cual avergonzarse. En realidad Pablo ahora se adhería a algo que él mismo antes había considerado vergonzoso. Él mismo había participado en vituperar a los seguidores de Jesucristo. (Hechos 26:9-11.) Pero había abandonado aquel derrotero. Como resultado, él y otros que se hicieron cristianos experimentaron persecución violenta. (Hechos 11:26.)

Si alguien se avergonzara de ser seguidor de Jesucristo, estaría adoptando un punto de vista humano de la situación. El apóstol Pablo no obró así. Más bien, como explicación de que no se sentía avergonzado de las buenas nuevas que predicaba, dijo: “Son, en realidad, el poder de Dios para salvación a todo el que tiene fe”. (Romanos 1:16.) El poder de Dios no es motivo para vergüenza si funciona mediante un discípulo de Jesús para realizar el propósito loable del glorioso Dios a quien Jesucristo mismo adoraba y alababa. (Compárelo con 1 Corintios 1:18; 9:22, 23.)

Al igual que Pablo, los cristianos hoy son discípulos de Su Hijo glorificado, Jesucristo. A estos predicadores suyos Jehová ha encomendado el tesoro de “las gloriosas buenas nuevas”. (1 Timoteo 1:11.) Los cristianos verdaderos no han dejado de cumplir esta gran responsabilidad, y se les insta a no avergonzarse de ella. (2 Timoteo 1:8.) Es vital que nunca permitamos que el temor ni la timidez nos impidan dar testimonio e identificarnos como cristianos.

Como resultado de esa testificación denodada, intrépida, en toda la Tierra se ha proclamado el nombre del Dios Altísimo, y las buenas nuevas de su Reino se han predicado por todo el mundo. El Hijo de Dios dijo: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”, y nunca podría permitirse que su predicción fracasara. (Mateo 24:14.) Todavía no se ha terminado esta obra de predicar. Sin avergonzarnos de las buenas nuevas, y enfrentándonos al futuro con ánimo, oramos como lo hicieron los primeros discípulos de Jesucristo: “Y ahora, Jehová, concede a tus esclavos que sigan hablando tu palabra con todo denuedo”. (Hechos 4:29.)

Aunque es cierto que los cristianos son objeto de odio y oposición en todas las naciones de la Tierra, esto es en cumplimiento de lo que se predijo que sería una marca identificadora de los adoradores genuinos del único Dios vivo y verdadero. (Juan 15:20, 21; 2 Timoteo 3:12.) Por eso, en lugar de sentirse desanimados y descorazonados por ello, los proclamadores de las buenas nuevas reciben plena seguridad de que tienen la aprobación divina y de que son parte del rebaño de Jesús.

Nunca lo olvide: contamos con el apoyo del Dios Altísimo de todo el universo. Por eso, ¿qué importa que el mundo y todas sus sectas religiosas y partidos políticos estén contra nosotros? El Hijo unigénito de Dios tuvo al mundo entero en oposición a él, y nosotros no nos avergonzamos de hallarnos en la misma situación. Como él dijo a sus apóstoles: “Si el mundo los odia, saben que me ha odiado a mí antes que los odiara a ustedes. Si ustedes fueran parte del mundo, el mundo le tendría afecto a lo que es suyo. Ahora bien, porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia”. (Juan 15:18, 19.)

Así que los cristianos han aguantado persecución por todo el mundo. Esa persecución confirma el hecho de que son cristianos verdaderos de Jesucristo. No se avergüenzan de experimentar persecución por razones religiosas. Por lo tanto, la exhortación del apóstol Pablo a los cristianos del primer siglo, de que no se avergonzaran, aplica apropiadamente a los cristianos verdaderos hoy. (Filipenses 1:27-29.)

Las mejores noticias que pudieran proclamarse

El mensaje que predican por todo el mundo estos cristianos verdaderos contiene las mejores noticias que pudieran proclamarse. Ningún gobierno podría ser mejor para la humanidad que el Reino que Dios ha establecido para la humanidad, para cuya redención Él envió a su Hijo unigénito. (Isaías 9:6, 7.) A los habitantes de la Tierra a quienes se predican las buenas nuevas del Reino se da la oportunidad de aceptarlas y probarse merecedores del don de la vida eterna.

De seguro si Jesús estuvo dispuesto a experimentar una muerte cruel para redimir a los que llegarían a ser sus súbditos se aseguraría de proveerles el mejor gobierno. Nuestra recomendación a toda criatura humana en la Tierra es la siguiente: Hágase súbdito fiel y obediente de ese gobierno. No nos avergonzamos del gobierno que recomendamos sinceramente a toda la humanidad. No nos retraemos de predicar el Reino, aunque esto pudiera traernos persecución. Como el apóstol Pablo, cada uno de nosotros dice: “No me avergüenzo de las buenas nuevas”.

Jesús predijo que la predicación de las buenas nuevas del Reino se efectuaría por todo el mundo, y esta profecía de alcance amplio y extenso era apropiada para un mensaje de esa índole. (Marcos 13:10.) Él no vaciló en predecir que la predicación se extendería hasta lo más lejano... sí, hasta los mismísimos extremos de la Tierra. (Hechos 1:8.) Jesús sabía que sus seguidores fieles harían un esfuerzo sincero por llevar las buenas nuevas del Reino a cualquier lugar donde pudiera haber personas.

La población de la Tierra hoy es de miles de millones de personas y está esparcida por todos los continentes e islas principales de los océanos. Sin embargo, no hay lugar en la Tierra habitada que esté tan lejos que los verdaderos cristianos no se esfuercen por llegar allí con las buenas nuevas. Toda la Tierra habitada es el escabel simbólico de Dios. (Isaías 66:1.) Las criaturas humanas de cualquier parte de Su escabel merecen recibir este mensaje de salvación.

Hoy día las buenas nuevas son noticias gozosas de un gobierno real que ya ha sido establecido en manos del Mesías. Jesús sabía que, a pesar de la persecución más cruel por la organización del Diablo, el espíritu de Dios movería a los seguidores verdaderos del Mesías a no escatimar esfuerzos para asegurarse de que “estas buenas nuevas del reino” como hecho establecido se ‘predicaran en toda la tierra habitada’. (Mateo 24:14.)

No nos avergonzamos de Dios

Los adoradores verdaderos se alegran de que se les identifique y reconozca como los que le dan a Él toda su adoración y obediencia. Respecto a sí mismo, Jesús enunció la regla o el principio que se halla en Marcos 8:38: “El que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre también se avergonzará de él cuando llegue en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. De igual manera, Jehová, tendría razón para avergonzarse de cualquiera que se avergonzara de Él. Además, cualquier criatura de quien Dios llegara a avergonzarse porque le fuera infiel a él no merecería vivir en ninguna parte del dominio de Dios, ni en el cielo ni en la Tierra. (Lucas 9:26.)

Que se nos graben en la mente y el corazón las siguientes palabras de Jesucristo: “En cuanto a todo aquel, pues, que confiese unión conmigo delante de los hombres, yo también confesaré unión con él delante de mi Padre que está en los cielos; pero en cuanto a cualquiera que me repudie delante de los hombres, yo también lo repudiaré delante de mi Padre que está en los cielos”. (Mateo 10:32, 33; Lucas 12:8, 9.) Al extender este mismo razonamiento vemos que cualquiera que repudie a Dios será repudiado por Él. A tal individuo no se le consideraría digno de ser miembro de la casa o familia de la cual Jesucristo es el Hijo principal. Por lo tanto, sería destruido al tiempo señalado por Dios.

Recibirá respuesta la oración modelo que Jesús enseñó a sus discípulos: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:9, 10.) Cuando eso suceda, los discípulos amorosos de Jesús no tendrán de qué avergonzarse. 

Sin avergonzarse, los intrépidos proclamadores de las buenas nuevas del Reino han podido testificar por todo el mundo a pesar de la oposición mundial porque los apoya poder sobrehumano... los apoyan los ángeles celestiales. Por consiguiente, los cristianos verdaderos‘temen a Dios y le dan gloria’. (Apocalipsis 14:6, 7.)

No nos avergonzamos de temer a Dios y darle gloria

Los verdaderos cristianos han demostrado que no se avergüenzan de temer a Dios y darle gloria. Esto ha redundado en bendiciones inefables para ellos. Han recibido estas bendiciones en cumplimiento fiel de las promesas que ha hecho el Dios Altísimo. ¡Cuánto lo ha vindicado esto como el único Dios vivo y verdadero, el Soberano del universo!

Aunque no queremos avergonzarnos de confesar sinceramente que somos cristianos, hay ocasiones en que tenemos que ser “cautelosos como serpientes”. (Mateo 10:16.) 

Muchas veces ha sucedido que los que han repudiado a Jesús por temor a los hombres no se han ganado el favor del mundo. Por otra parte, hasta opositores resueltos de las buenas nuevas cuentan con que los cristianos no van a repudiar a Jesús.  Mateo 10:39 y Lucas 12:4.

COBREN VALOR Y SIGAMOS PREDICANDO.