jueves, 25 de diciembre de 2014

EL DIEZMO Y LA LEY

EL DIEZMO Y LA LEY
El diezmo formaba parte de la Ley que Dios entregó a las doce tribus del antiguo Israel hace más de tres mil quinientos años. Según esta, la décima parte del producto de la tierra y de los árboles frutales, así como la décima parte del aumento que experimentaran los rebaños, debían entregarse a los levitas a fin de apoyar el servicio que desempeñaba esta tribu en el tabernáculo (Levítico 27:30, 32; Números 18:21, 24).
Dios aseguró a los israelitas que la Ley ‘no sería demasiado difícil para ellos’ (Deuteronomio 30:11). Si eran fieles en la observancia de los mandatos divinos, incluido el diezmo, Dios cumpliría su promesa y tendrían magníficas cosechas. Como medida contra la escasez, todos los años también se apartaba un segundo diezmo, que por lo general se utilizaba cuando la nación se congregaba con motivo de las fiestas religiosas. De ese modo podían satisfacerse ‘el residente forastero, el huérfano de padre y la viuda’ (Deuteronomio 14:28, 29; 28:1, 2, 11-14).
La Ley no prescribía ningún castigo por no pagar el diezmo, pero todo israelita estaba bajo la obligación moral de apoyar así la adoración verdadera. De hecho, Dios lanzó la siguiente acusación contra los israelitas que descuidaban el diezmo en tiempos de Malaquías: “¡En los diezmos y en las ofrendas me han defraudado!” (Malaquías 3:8). ¿Podría acusarse de igual modo a los cristianos que no pagan el diezmo?
Pensemos por un momento. Las leyes no suelen tener vigencia fuera del territorio nacional. Por ejemplo, la normativa que obliga a los conductores de Gran Bretaña a circular por la izquierda no tiene vigor en Francia. De igual modo, la ley del diezmo pertenecía a un pacto exclusivo entre Dios y la nación de Israel (Éxodo 19:3-8; Salmo 147:19, 20). Solo los israelitas estaban obligados a cumplirla.
Además, aunque es cierto que Dios nunca cambia, sus requisitos a veces sí lo hacen (Malaquías 3:6). La Biblia indica categóricamente que la muerte expiatoria de Jesús, “borró” o “abolió” la Ley y el “mandamiento de cobrar los diezmos” que esta contenía (Colosenses 2:13, 14; Efesios 2:13-15; Hebreos 7:5, 18).
LAS DADIVAS CRISTIANAS
No obstante, todavía hacían falta contribuciones para apoyar la adoración verdadera. Jesús había comisionado a sus discípulos a dar testimonio “hasta la parte más distante de la tierra” (Hechos 1:8). Conforme aumentaban los creyentes, se precisaban más maestros y superintendentes que visitaran y fortalecieran a las congregaciones. Además, de vez en cuando debían atenderse ciertas carencias de las viudas, los huérfanos y otros necesitados. ¿Cómo cubrieron los gastos los cristianos del siglo primero?
Alrededor del año 55 D.C., se hizo un llamamiento a los cristianos gentiles de Europa y Asia Menor a favor de sus hermanos de Judea, quienes habían caído en la pobreza. En las cartas a la congregación de Corinto, el apóstol Pablo explica cómo se realizó esta ‘colecta para los santos’ (1 Corintios 16:1). Tal vez le sorprenda saber lo que revelan las palabras de Pablo sobre las dádivas cristianas.
Él no presionó a los cristianos para que contribuyeran. De hecho, los creyentes de Macedonia que vivían “bajo aflicción” y en la “profunda pobreza” tuvieron que ‘seguir rogándole con fuerte súplica por el privilegio de dar bondadosamente y de tener participación en el ministerio destinado para los santos’ (2 Corintios 8:1-4).
Es cierto que Pablo estimuló a los corintios, cuya situación económica era mucho mejor, a imitar a sus generosos hermanos macedonios. Con todo, según una obra de consulta, ‘no dio un mandato, sino más bien prefirió valerse de peticiones, sugerencias, invitaciones o ruegos. Las dádivas de los corintios habrían carecido de espontaneidad y afecto si a ellos se les hubiera coaccionado’. Pero Pablo sabía que “Dios ama al dador alegre” y no al que da “de mala gana ni como obligado” (2 Corintios 9:7).
La fe y el conocimiento abundantes junto con amor sincero por sus compañeros cristianos habrían de impulsar a los corintios a dar de forma espontánea (2 Corintios 8:7, 8).
“TAL COMO HA RESUELTO TU CORAZÒN”
En vez de estipular una cantidad o porcentaje, Pablo solo aconsejó que “el primer día de la semana, cada uno apartara y guardara algún dinero conforme a sus ingresos” (1 Corintios 16:2.) Al separar cierta cantidad con regularidad, los corintios no se sentirían presionados a contribuir a regañadientes o por un impulso emocional cuando llegara Pablo. Para los cristianos, el importe de la donación era una decisión privada ‘resuelta en su corazón’ (2 Corintios 9:5, 7).
A fin de cosechar generosamente, los corintios debían sembrar de igual modo. Jamás se les sugirió que dieran hasta que no pudieran más. Pablo les aseguró que ‘no era su intención que hacerlo les fuera difícil a ellos’. Las donaciones eran ‘especialmente aceptas según lo que tenía la persona, no según lo que no tenía’ (2 Corintios 8:12, 13; 9:6). En una carta posterior, el apóstol advirtió: “Si alguno no provee para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe” (1 Timoteo 5:8). Pablo no fomentó las contribuciones que violaran este principio.
Cabe destacar que Pablo supervisó una ‘colecta para los santos’ que estaban necesitados. En ninguna parte de las Escrituras leemos que él o los demás apóstoles organizaran colectas o recibieran el diezmo para financiar su propio ministerio (Hechos 3:6). Pablo siempre agradecía los regalos que le enviaban las congregaciones, pero procuró por todos los medios no imponer “una carga costosa” a sus hermanos (1 Tesalonicenses 2:9; Filipenses 4:15-18).

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