“Traeré de vuelta otra vez jueces para ti como al principio, y consejeros para ti como al comienzo.” (ISAÍAS 1:26.)
TERRI es hija de padres cristianos. En la escuela tenía una amiga que también estaba “en la verdad”. Pero hacia fines del curso de escuela primaria, Terri notó que su amiga ya no era tan entusiasta acerca de su fe como lo era antes. Al transcurrir el tiempo en la escuela secundaria, su amiga dejó de asistir con regularidad a las reuniones cristianas y comenzó a criticar a la congregación. No obstante, Terri oraba intensamente por su amiga y constantemente le aconsejaba que se esforzara por permanecer firme como cristiana. Con el tiempo los esfuerzos de Terri fueron remunerados. Para el segundo año de secundaria su amiga ya había empezado de nuevo a asistir con regularidad a las reuniones y finalmente se bautizó. ¡Qué bendición resultó ser esto para ella! ¡Y qué recompensa para su fiel amiga Terri!
En vista de esta experiencia, ¿puede alguien dudar de lo necesario que es el que de vez en cuando los cristianos se den consejo amorosamente unos a otros? La Biblia nos anima, diciendo: “Escucha el consejo y acepta la disciplina, a fin de que te hagas sabio en tu futuro”. (Proverbios 19:20; 12:15.) La amiga de Terri obedeció este consejo. Pero ¿qué hay si Terri no hubiera tenido el amor, la persistencia y el valor de seguir ofreciéndole ayuda en el transcurso de los años? En efecto, para que cualquiera de nosotros ‘escuche el consejo’, tiene que haber un consejero. ¿Quién debería serlo?
¿Quién dará el consejo?
Dios prometió que para nuestro tiempo proveería consejeros a su pueblo, diciendo: “Traeré de vuelta otra vez consejeros para ti como al comienzo”. (Isaías 1:26.) Esta promesa se cumple principalmente en los pastores cristianos. El dar consejo es una forma de enseñanza, y los pastores en particular deben estár ‘capacitados para enseñar’. (1 Timoteo 3:2.) Tal vez el apóstol Pablo estaba pensando especialmente en los pastores cuando dijo: “Aunque un hombre dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello, ustedes los que tienen las debidas cualidades espirituales traten de reajustar a tal hombre con espíritu de apacibilidad”. (Gálatas 6:1.) Pero ¿son los pastores los únicos que pueden dar consejo?
No. Terri no era pastor; sin embargo, su consejo finalmente produjo buenos resultados. Recuerde también al líder militar de Siria, Naamán. Él obró en conformidad con la información que recibió de una joven israelita y también en conformidad con el consejo de sus siervos. El consejo oportuno de Abigail, la esposa de Nabal, evitó el que David incurriera en culpabilidad por derramamiento de sangre. Y el joven Elihú dio buenos consejos a Job y a sus tres “consoladores”. (1 Samuel 25:23-35; 2 Reyes 5:1-4, 13, 14; Job 32:1-6.)
De manera similar, hoy día, los pastores no son los únicos que tienen la prerrogativa de dar consejo. Con regularidad los padres aconsejan a sus hijos. Jóvenes como Terri a menudo tienen éxito en aconsejar a otros jóvenes de su edad. Y la Biblia anima específicamente a las hermanas maduras a ser “maestras de lo que es bueno”, especialmente respecto a las mujeres más jóvenes de la congregación. (Tito 2:3-5.) De hecho, en general todos tenemos la obligación de ayudarnos unos a otros así. El apóstol Pablo dijo: “Sigan consolándose unos a otros y edificándose unos a otros, así como de hecho lo están haciendo”. (1 Tesalonicenses 5:11.)
Las metas del consejo cristiano
¿Cuáles son algunas de las metas del consejo cristiano? Pues ayudar a la persona a progresar y a continuar en el camino correcto, a resolver problemas, a vencer dificultades, y tal vez a corregir algún mal proceder. Pablo se refirió a algunas formas de dar consejo cuando instó a Timoteo a ‘censurar, corregir, exhortar, con toda gran paciencia y arte de enseñar’. (2 Timoteo 4:1, 2.) Verdaderamente es un arte el poder aconsejar a alguien de tal modo que comprenda el punto sin que llegue a sentirse herido.
¿Cuándo se puede dar consejo? Los padres tienen muchas oportunidades de aconsejar a sus hijos, lo cual los hijos más o menos esperan. (Proverbios 6:20; Efesios 6:4.) En la congregación es buen momento para aconsejar. Y un nuevo joven cristiano espera recibir ayuda y consejo a medida que progresa hacia la madurez como ministro cristiano. (1 Timoteo 4:15.) A veces algunos procuran la ayuda y el consejo de pastores u otras personas de la congregación.
Pero hay ocasiones en que es necesario dar consejo a personas que no lo esperan o no lo desean. Tal vez alguien esté perdiendo el celo por el servicio a Jesùs, dejándose ‘llevar a la deriva’, como en el caso de la amiga de Terri. (Hebreos 2:1.) Puede que alguien tenga un problema personal serio con otra persona de la congregación. (Filipenses 4:2.) O tal vez haya alguien que necesite ayuda en cuanto al acicalamiento o el vestir apropiadamente, o sobre los amigos o la música que escoge. (1 Corintios 15:33; 1 Timoteo 2:9.)
Cuando el profeta Hananí aconsejó a Asá el rey de Judá, ¡este se resintió tanto que “lo puso en la casa de los cepos”! (2 Crónicas 16:7-10.) En aquellos días una persona tenía que tener mucho ánimo para aconsejar a un rey. Hoy día los consejeros tal vez tengan que mostrar ánimo también, pues el dar consejo pudiera causar resentimiento al principio. Un cristiano de experiencia se retrajo de dar consejo necesario a un compañero más joven. ¿Por qué? Explicó: “¡Somos buenos amigos, y quiero conservar esta amistad!”. Pero, en realidad, el retraerse de prestar ayuda cuando se necesita no es la marca de un buen amigo. (Proverbios 27:6; Santiago 4:17.)
De hecho, la experiencia muestra que cuando el consejero es hábil, por lo general los malos sentimientos se pueden minimizar, y a menudo se puede lograr el propósito del consejo. Pero ¿qué se requiere para ser un consejero hábil? Para contestar esta pregunta, consideremos dos ejemplos, uno bueno y el otro malo.
Pablo... un consejero hábil
El apóstol Pablo dio consejo en muchas ocasiones, y a veces tuvo que decir cosas fuertes. (1 Corintios 1:10-13; 3:1-4; Gálatas 1:6; 3:1.) Sin embargo, su consejo surtió efecto debido a que aquellos a quienes lo dio sabían que Pablo los amaba. Como les dijo a los corintios: “De en medio de mucha tribulación y angustia de corazón les escribí con muchas lágrimas, no para que se entristecieran, sino para que conocieran el amor que más especialmente les tengo”. (2 Corintios 2:4.) La mayoría de los corintios aceptaban el consejo de Pablo porque sabían que él lo daba sin ningún motivo egoísta, pues “el amor no busca sus propios intereses”. Además, estaban seguros de que Pablo no estaba dándoles consejo debido a estar irritado con ellos, porque “el amor no se siente provocado. No lleva cuenta del daño”. (1 Corintios 13:4, 5.)
Hoy también es mucho más fácil aceptar hasta consejo fuerte cuando sabemos que el consejero lo hace porque nos ama y no porque se sienta irritado o tenga motivos egoístas. Por ejemplo, si un pastor critica a los jóvenes de la congregación cada vez que se dirige a ellos, entonces estos jóvenes fácilmente podrían pensar que él tiene algo contra ellos. Pero ¿qué hay si el pastor tiene una buena relación con los jóvenes? ¿Qué hay si él sale con ellos a la predicaciòn, es abordable en la Iglesia y los anima a que hablen con él acerca de sus problemas, metas y preocupaciones, y tal vez hasta los invite (con el consentimiento de los padres) a su hogar de vez en cuando? Entonces, cuando tenga que aconsejarlos, es más probable que ellos acepten el consejo al saber que proviene de un amigo.
Apacibilidad y humildad
Hay otra razón por la cual el consejo de Pablo tuvo éxito. Lo basó en la sabiduría piadosa, y no en sus opiniones personales. Él le recordó al consejero Timoteo: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia”. (2 Timoteo 3:16; 1 Corintios 2:1, 2.) De igual manera hoy día, los consejeros cristianos basan lo que dicen en las Escrituras. Es cierto que en la familia los padres no citan de la Biblia cada vez que aconsejan a sus hijos. Sin embargo, sea que los padres cristianos estén inculcando la obediencia, la limpieza, el interés por otras personas, la puntualidad, o cualquier otra cosa en sus hijos, es necesario que siempre tengan base bíblica para apoyar lo que dicen. (Efesios 6:1; 2 Corintios 7:1; Mateo 7:12; Eclesiastés 3:1-8.) Debemos tener cuidado de no tratar de imponer nuestras propias opiniones o gustos en otras personas de la congregación. Y los pastores no deben torcer las Escrituras para que parezcan apoyar alguna idea personal. (Mateo 4:5, 6.) Todo consejo que den tiene que tener una razón bíblica genuina. (Salmo 119:105.)
Además, el consejo es más eficaz cuando se da con espíritu apacible. Pablo sabía esto. Por eso fue que, al hablar de la persona que da un paso en falso antes de darse cuenta, animó a los que tuvieran las debidas cualidades a ‘tratar de reajustar a tal persona con espíritu de apacibilidad’. (Gálatas 6:1.) También aconsejó a Tito que les recordara a otros que ‘no hablaran perjudicialmente de nadie, que no fueran belicosos, que fueran razonables, y desplegaran toda apacibilidad para con todos los hombres’. (Tito 3:1, 2; 1 Timoteo 6:11.)
15 ¿Por qué se necesita la apacibilidad? Porque las emociones descontroladas son contagiosas. Las palabras airadas provocan más palabras airadas, y es difícil razonar con una persona que esté muy enojada. Aunque la persona a quien se dirija el consejo se enoje, esto no suministra razón para que el consejero haga lo mismo. Más bien, la actitud apacible del consejero pudiera contribuir a calmar la situación. “La respuesta, cuando es apacible, aparta la furia.” (Proverbios 15:1.) Esto es cierto prescindiendo de que el consejero sea un padre, un pastor o cualquier otra persona.
Por último, considere lo que Pablo le dijo al joven pastor Timoteo: “No critiques severamente a un hombre de más edad. Por lo contrario, ínstale como a un padre, a los de menos edad como a hermanos, a las mujeres de más edad como a madres, a las de menos edad como a hermanas, con toda castidad”. (1 Timoteo 5:1, 2.) ¡Qué excelente consejo! Imagínese cómo se sentiría una mujer de más edad si un pastor joven, tal vez lo suficientemente joven como para ser su hijo, la aconsejara de manera muy áspera o irrespetuosa. Sería mucho mejor si el consejero pausara por un momento y se dijera a sí mismo: ‘Considerando la personalidad y la edad de esta persona, ¿cuál sería la manera más amorosa y eficaz de aconsejarla en este asunto? Si yo estuviera en su lugar, ¿de qué manera querría que me abordaran a mí?’. (Lucas 6:31; Colosenses 4:6.)
El consejo de los fariseos
Pasemos ahora del buen ejemplo de Pablo y consideremos el mal ejemplo de los líderes religiosos judíos de los días de Jesús. Ellos daban mucho consejo, pero por lo general el pueblo no se beneficiaba de este. ¿Por qué?
Por muchas razones. Por ejemplo, considere la ocasión en que los fariseos reprendieron a Jesús porque sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer. Por supuesto, la mayoría de las madres aconsejan a sus hijos a que se laven las manos antes de comer, y hay mucha razón para que se recomiende esto como una práctica higiénica. Pero el interés principal de los fariseos no era la higiene. En su caso el lavarse las manos era una tradición, y se disgustaron porque los discípulos de Jesús no seguían esta tradición. Sin embargo, según Jesús pasó a mostrarles, en Israel existían problemas mayores que ellos deberían estar atendiendo. Por ejemplo, algunos se valían de la tradición farisaica para no obedecer el quinto de los Diez Mandamientos: “Honra a tu padre y a tu madre”. (Éxodo 20:12; Mateo 15:1-11.) Lamentablemente los escribas y los fariseos se esmeraban tanto en observar los detalles que habían “desatendido los asuntos de más peso de la Ley, a saber: la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mateo 23:23.)
Los consejeros de hoy deben ejercer cuidado para no cometer el mismo error. No deben dejar que los intereses personales los lleven a preocuparse tanto de los pormenores que se olviden de “los asuntos de más peso”. En asuntos pequeños, se nos anima a que ‘continuemos soportándonos unos a otros’ en amor. (Colosenses 3:12, 13.) La habilidad de discernir cuándo no dar importancia a un asunto y cuándo realmente se necesita el consejo es algo que contribuye a que uno tenga ‘las debidas cualidades espirituales’. (Gálatas 6:1.)
20 Hay otra cosa que hizo que aquellos consejeros religiosos del primer siglo fueran poco eficientes. Siguieron un patrón de “haz lo que digo y no lo que hago”. Jesús dijo acerca de ellos: “¡Ay, también, de ustedes los que están versados en la Ley, porque cargan a los hombres con cargas difíciles de llevar, pero ustedes mismos no tocan las cargas ni con uno de sus dedos!”. (Lucas 11:46.) ¡Qué falta de amor! Hoy día los padres, los pastores y otras personas que dan consejo deben cerciorarse de que ellos mismos estén haciendo lo que dicen a otros que hagan. ¿Cómo podemos animar a otras personas a mantenerse ocupadas en las cosas deseables de Jesùs si nosotros mismos no ponemos el ejemplo correcto? O, ¿cómo podemos advertir contra el materialismo si las posesiones materiales dominan nuestra vida? (Romanos 2:21, 22; Hebreos 13:7.)
Los líderes judíos también fracasaron como consejeros debido a las tácticas que usaron para intimidar a la gente. En cierta ocasión enviaron a varios hombres a arrestar a Jesús. Cuando ellos, muy impresionados por la manera de Jesús enseñar, regresaron sin él, los fariseos los reprendieron, diciéndoles: “Ustedes no se han dejado extraviar también, ¿verdad? Ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad? Pero esta muchedumbre que no conoce la Ley son unos malditos”. (Juan 7:45-49.) ¿Tenían una base apropiada para reprender, abusar de su autoridad e injuriar? ¡Que los consejeros cristianos nunca lleguen a ser culpables de tal clase de consejo! Deben evitar a toda costa el intimidar a otros o dar la impresión: ‘¡Tienes que escucharme porque yo soy pastor!’. O cuando estén hablando con una hermana no deben dar a entender: ‘Debes escucharme porque soy varón bautizado’.
En realidad, el dar consejo es un acto de amor que todos nosotros —especialmente los pastores nombrados— debemos a nuestros compañeros de creencia. No se debe dar consejo por cualquier pretexto. Pero cuando se necesite, debe darse valerosamente. Debe tener base bíblica y se debe dar con espíritu de apacibilidad. Además, es mucho más fácil aceptar consejo de alguien que nos ama. Pero a veces puede ser difícil saber exactamente qué decir al aconsejar.
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