jueves, 25 de diciembre de 2014

EL DIEZMO Y LA LEY

EL DIEZMO Y LA LEY
El diezmo formaba parte de la Ley que Dios entregó a las doce tribus del antiguo Israel hace más de tres mil quinientos años. Según esta, la décima parte del producto de la tierra y de los árboles frutales, así como la décima parte del aumento que experimentaran los rebaños, debían entregarse a los levitas a fin de apoyar el servicio que desempeñaba esta tribu en el tabernáculo (Levítico 27:30, 32; Números 18:21, 24).
Dios aseguró a los israelitas que la Ley ‘no sería demasiado difícil para ellos’ (Deuteronomio 30:11). Si eran fieles en la observancia de los mandatos divinos, incluido el diezmo, Dios cumpliría su promesa y tendrían magníficas cosechas. Como medida contra la escasez, todos los años también se apartaba un segundo diezmo, que por lo general se utilizaba cuando la nación se congregaba con motivo de las fiestas religiosas. De ese modo podían satisfacerse ‘el residente forastero, el huérfano de padre y la viuda’ (Deuteronomio 14:28, 29; 28:1, 2, 11-14).
La Ley no prescribía ningún castigo por no pagar el diezmo, pero todo israelita estaba bajo la obligación moral de apoyar así la adoración verdadera. De hecho, Dios lanzó la siguiente acusación contra los israelitas que descuidaban el diezmo en tiempos de Malaquías: “¡En los diezmos y en las ofrendas me han defraudado!” (Malaquías 3:8). ¿Podría acusarse de igual modo a los cristianos que no pagan el diezmo?
Pensemos por un momento. Las leyes no suelen tener vigencia fuera del territorio nacional. Por ejemplo, la normativa que obliga a los conductores de Gran Bretaña a circular por la izquierda no tiene vigor en Francia. De igual modo, la ley del diezmo pertenecía a un pacto exclusivo entre Dios y la nación de Israel (Éxodo 19:3-8; Salmo 147:19, 20). Solo los israelitas estaban obligados a cumplirla.
Además, aunque es cierto que Dios nunca cambia, sus requisitos a veces sí lo hacen (Malaquías 3:6). La Biblia indica categóricamente que la muerte expiatoria de Jesús, “borró” o “abolió” la Ley y el “mandamiento de cobrar los diezmos” que esta contenía (Colosenses 2:13, 14; Efesios 2:13-15; Hebreos 7:5, 18).
LAS DADIVAS CRISTIANAS
No obstante, todavía hacían falta contribuciones para apoyar la adoración verdadera. Jesús había comisionado a sus discípulos a dar testimonio “hasta la parte más distante de la tierra” (Hechos 1:8). Conforme aumentaban los creyentes, se precisaban más maestros y superintendentes que visitaran y fortalecieran a las congregaciones. Además, de vez en cuando debían atenderse ciertas carencias de las viudas, los huérfanos y otros necesitados. ¿Cómo cubrieron los gastos los cristianos del siglo primero?
Alrededor del año 55 D.C., se hizo un llamamiento a los cristianos gentiles de Europa y Asia Menor a favor de sus hermanos de Judea, quienes habían caído en la pobreza. En las cartas a la congregación de Corinto, el apóstol Pablo explica cómo se realizó esta ‘colecta para los santos’ (1 Corintios 16:1). Tal vez le sorprenda saber lo que revelan las palabras de Pablo sobre las dádivas cristianas.
Él no presionó a los cristianos para que contribuyeran. De hecho, los creyentes de Macedonia que vivían “bajo aflicción” y en la “profunda pobreza” tuvieron que ‘seguir rogándole con fuerte súplica por el privilegio de dar bondadosamente y de tener participación en el ministerio destinado para los santos’ (2 Corintios 8:1-4).
Es cierto que Pablo estimuló a los corintios, cuya situación económica era mucho mejor, a imitar a sus generosos hermanos macedonios. Con todo, según una obra de consulta, ‘no dio un mandato, sino más bien prefirió valerse de peticiones, sugerencias, invitaciones o ruegos. Las dádivas de los corintios habrían carecido de espontaneidad y afecto si a ellos se les hubiera coaccionado’. Pero Pablo sabía que “Dios ama al dador alegre” y no al que da “de mala gana ni como obligado” (2 Corintios 9:7).
La fe y el conocimiento abundantes junto con amor sincero por sus compañeros cristianos habrían de impulsar a los corintios a dar de forma espontánea (2 Corintios 8:7, 8).
“TAL COMO HA RESUELTO TU CORAZÒN”
En vez de estipular una cantidad o porcentaje, Pablo solo aconsejó que “el primer día de la semana, cada uno apartara y guardara algún dinero conforme a sus ingresos” (1 Corintios 16:2.) Al separar cierta cantidad con regularidad, los corintios no se sentirían presionados a contribuir a regañadientes o por un impulso emocional cuando llegara Pablo. Para los cristianos, el importe de la donación era una decisión privada ‘resuelta en su corazón’ (2 Corintios 9:5, 7).
A fin de cosechar generosamente, los corintios debían sembrar de igual modo. Jamás se les sugirió que dieran hasta que no pudieran más. Pablo les aseguró que ‘no era su intención que hacerlo les fuera difícil a ellos’. Las donaciones eran ‘especialmente aceptas según lo que tenía la persona, no según lo que no tenía’ (2 Corintios 8:12, 13; 9:6). En una carta posterior, el apóstol advirtió: “Si alguno no provee para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe” (1 Timoteo 5:8). Pablo no fomentó las contribuciones que violaran este principio.
Cabe destacar que Pablo supervisó una ‘colecta para los santos’ que estaban necesitados. En ninguna parte de las Escrituras leemos que él o los demás apóstoles organizaran colectas o recibieran el diezmo para financiar su propio ministerio (Hechos 3:6). Pablo siempre agradecía los regalos que le enviaban las congregaciones, pero procuró por todos los medios no imponer “una carga costosa” a sus hermanos (1 Tesalonicenses 2:9; Filipenses 4:15-18).

miércoles, 24 de diciembre de 2014

‘Amen a sus enemigos’

En su famoso Sermón del Monte, Jesús dijo a sus oyentes que debían amar a sus enemigos y orar por los que los perseguían ( Mateo 5:43-45). Todos los presentes en aquella ocasión eran judíos, de modo que conocían el mandato divino: “No debes tomar venganza ni tener rencor contra los hijos de tu pueblo; y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18). Pues bien, los líderes religiosos del siglo primero sostenían que las expresiones “los hijos de tu pueblo” y “tu prójimo” se referían exclusivamente a los judíos. También enfatizaban que la Ley mosaica les exigía mantenerse separados de las demás naciones. Esto llevó a dichos líderes a la conclusión de que todos los que no fueran judíos eran enemigos y que había que odiarlos.

Jesús, en cambio, dijo: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen” (Mat. 5:44). Sus discípulos tenían que tratar con amor a quienes fueran hostiles con ellos. Según el evangelista Lucas, Jesús declaró: “Les digo a ustedes los que escuchan: Continúen amando a sus enemigos, haciendo bien a los que los odian, bendiciendo a los que los maldicen, orando por los que los insultan” (Luc. 6:27, 28). Nosotros, al igual que los discípulos del siglo primero, tomamos a pecho las enseñanzas de Jesús. ¿Cómo ‘hacemos el bien a los que nos odian’? Respondiendo a su hostilidad con actos bondadosos. ¿Cómo ‘bendecimos a los que nos maldicen’? Hablándoles de forma amable y considerada. Y ¿cómo ‘oramos por los que nos persiguen’ valiéndose de violencia física o de insultos? Pidiéndole a Jehová que tales personas cambien y obtengan su favor. Cuando así lo hacemos, demostramos que amamos a nuestros enemigos.

¿Por qué deben los cristianos tratar con amor a sus enemigos? ‘Para demostrar que son hijos de su Padre que está en los cielos’, señaló Jesús (Mat. 5:45). ¿Y en qué sentido demostramos así que somos hijos de Dios? En el sentido de que lo estamos imitando, pues Jehová “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” o, como lo expresa Lucas, “es bondadoso para con los ingratos e inicuos” (Luc. 6:35).

Jesús destacó así la importancia de que sus discípulos amaran a sus enemigos: “Si aman a los que los aman, ¿qué galardón tienen? ¿No hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué cosa extraordinaria hacen? ¿No hace la misma cosa también la gente de las naciones?” (Mat. 5:46, 47). Si solo mostráramos amor a quienes nos lo muestran a nosotros, no mereceríamos ningún “galardón” de parte de Dios, es decir, no mereceríamos su favor. Hasta los recaudadores de impuestos, a quienes muchos judíos consideraban despreciables, trataban con amor a las personas que los amaban (Luc. 5:30; 7:34).

El saludo común entre los judíos incluía la palabra “paz”, lo que daba a entender que a la persona se le deseaba salud y prosperidad (Jue. 19:20; Juan 20:19). Por eso, el siervo de Dios que solo saludaba a quienes consideraba sus hermanos no estaba haciendo nada extraordinario. Como indicó Jesús, “la gente de las naciones” actuaba de igual modo.

Jesús concluyó esta parte de su discurso diciendo: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mat. 5:48). Pero los discípulos de Cristo no podían ser perfectos, pues habían heredado el pecado de Adán (Rom. 5:12). Entonces, ¿a qué se refería Jesús? A que debían imitar a su Padre celestial de una manera en particular: haciendo que su amor llegara a ser “perfecto”, es decir, más completo. ¿Cómo lo lograrían? Amando incluso a sus enemigos. De los cristianos de la actualidad se espera lo mismo.


martes, 23 de diciembre de 2014

¿Se preocupa usted por sus hijos?

¡POR supuesto que sí! Usted sabe que las enfermedades, el abuso de las drogas y la delincuencia son solo tres de los problemas que ponen en peligro a sus hijos. Es normal que los padres se interesen en sus hijos, y hasta se preocupen por ellos.

Es así como se ha sentido la mayoría de los padres en el transcurso de la historia, como lo muestra la Biblia. Recuerde que Jacob envió a José para que viera cómo estaban sus hermanos, pues Jacob estaba preocupado por ellos. (Génesis 37:13, 14.) Job también se preocupó por sus hijos, aunque estos ya eran adultos y tenían sus propias familias. Pensaba: “Quizás mis hijos hayan pecado y hayan maldecido a Dios en su corazón”. (Job 1:4, 5.)

¡Hasta José y María se preocuparon por su hijo perfecto, Jesús! De hecho, en una ocasión, cuando Jesús tenía 12 años de edad, se preocuparon mucho por él cuando descubrieron que se les había perdido. No obstante, su hijo Jesús era motivo de orgullo para sus padres, y estos no tenían razón alguna por la cual culparse. Veamos lo que sucedió, precisamente, en aquella ocasión memorable, y analicemos qué lecciones pueden sacar de ello los padres del tiempo moderno.

UN HIJO PERDIDO
Si usted es padre o madre, probablemente puede comprender lo que sintió María cuando, en son de regaño, dijo a Jesús: “Hijo, ¿por qué te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados”. Hacía tres días que José y María habían estado separados de Jesús. Usted podrá comprender por qué estaban ansiosos de saber el paradero de su hijo de 12 años. (Lucas 2:48)

El hecho es que la Biblia muestra que María fue una excelente mujer y una buena madre. El ángel, cuando vino a anunciarle el nacimiento de Jesús, dijo que ella había “hallado favor con Dios”. (Lucas 1:28, 30.) Ella voluntariamente aceptó la asignación de dar a luz a este niño especial, además de asumir la seria responsabilidad de criarlo y educarlo. Fue una mujer humilde y con fe firme en Dios. Después del nacimiento de Jesús, hizo todo lo que requería la Ley de Jehová, “así como está escrito”. (Lucas 1:38, 45-48; 2:21-23, 39.)

José, el hombre que se casó con María y que llegó a ser el padre adoptivo de Jesús, fue también un hombre justo y bueno con quien el ángel de Jehová se había comunicado en cuatro ocasiones. (Mateo 1:19, 20; 2:13, 19, 22.) Recuerde, Dios escogió a José y a María para que criaran a Su querido Hijo unigénito. ¿Hubiera Dios hecho menos que escoger a una pareja que haría una buena labor en criar a este hijo en la sabiduría divina?

Por supuesto, los padres hoy día se preocupan igualmente por sus hijos debido a los peligros y el ambiente de delincuencia que los rodea. Y ellos saben que sus hijos no son perfectos como lo fue Jesús. Aun así, podemos sacar provecho del ejemplo de José, María y Jesús.


Enseñe a sus hijos a ser personas pacíficas

CUANDO los niños se enfadan mucho, por lo general tienen que intervenir sus padres, no solo para calmarlos, sino también para mostrarles cómo manejar la situación. Los niños suelen manifestar lo que la Biblia llama “las cosas características de pequeñuelo”, sin darse cuenta del daño que pueden causar sus palabras y acciones (1 Corintios 13:11). Por eso hay que ayudarlos a cultivar las cualidades necesarias para llevarse bien con la familia y con las demás personas.

Los padres cristianos se esfuerzan por enseñar a sus hijos a ‘buscar la paz y seguir tras ella’ (1 Pedro 3:11). Es verdad que a los niños les cuesta vencer los sentimientos de desconfianza, frustración y enojo. Pero cuando ellos mismos ven lo felices que se sienten al promover la paz, comprenden que vale la pena hacer el esfuerzo. Si usted tiene hijos, ¿cómo puede enseñarles a ser personas pacíficas?

Incúlqueles el deseo de agradar al “Dios de la paz”
La Biblia dice que Dios es “el Dios de la paz” y “el Dios que da paz” (Filipenses 4:9; Romanos 15:33). Por consiguiente, los padres sabios hacen todo lo posible por inculcar en sus hijos no solo el deseo de agradar a Dios, sino también el de imitar sus cualidades, entre ellas la paz. Para lograr este objetivo, tienen que emplear con habilidad las Escrituras. ¿Cómo puede usted hacerlo? Veamos un ejemplo. Pudiera ayudar a sus hijos a imaginarse lo que el apóstol Juan contempló en una visión: un impresionante arco iris de color verde esmeralda alrededor del trono de Jehová (Apocalipsis 4:2, 3). Luego pudiera explicarles que dicho arco iris representa la paz y tranquilidad que rodea al Creador y que, cuando le obedecemos, disfrutamos de esa misma paz.

Dios también guía a los padres mediante las enseñanzas de su Hijo, Jesús, a quien se llama el “Príncipe de Paz” (Isaías 9:6, 7). Así que lea y analice con sus hijos los relatos bíblicos en los que Jesús habló de la importancia de evitar las peleas y las discusiones (Mateo 26:51-56; Marcos 9:33-35). Hábleles, además, del ejemplo de Pablo. Aunque había sido un “hombre insolente”, logró cambiar de actitud. De hecho, más tarde escribió que “el esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser amable para con todos, manteniéndose reprimido bajo lo malo” (1 Timoteo 1:13; 2 Timoteo 2:24). Puede que sus hijos reaccionen mucho mejor de lo que usted se imagina.

Deles el ejemplo siendo pacífico
¿Cómo es el ambiente dentro de su hogar? Si en el seno familiar reina la paz, con tan solo observarle sus hijos aprenderán lo que significa ser pacífico. De hecho, cuanto mejor imite usted la pacífica personalidad de Dios y de Cristo, más posibilidades habrá de que sus hijos también lleguen a ser pacíficos (Romanos 2:21).

Incluso cuando usted cometa un error —¿y qué padre o madre no los comete?—, puede aprovechar la oportunidad para enseñar a sus hijos una valiosa lección. 
¿Sucede lo mismo en su caso? ¿Está enseñando a sus hijos a ser pacíficos por la manera en que los trata? Jesús exhortó: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mateo 7:12). Puede estar seguro de que, aunque usted no sea una madre o un padre perfecto, si trata a sus hijos con amor y cariño, obtendrá buenos resultados. Los hijos siempre responden mejor a la educación cuando esta se imparte con amor.

Enséñeles a no enojarse enseguida
Proverbios 19:11 dice: “La perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera”. Ayude a sus hijos a ser perspicaces y comprender por qué surgen ciertas situaciones. ¿Cómo puede hacerlo? Por ejemplo un padre cristiano tomando en cuenta los consejos de la Biblia puede decir : “Cuando están disgustados por lo que alguien les ha dicho o hecho, tratamos de que se pongan en el lugar del otro. Les hacemos preguntas sencillas como: ‘¿Será que ha tenido un mal día? ¿No te tendrá envidia? ¿Estará molesto por algo?’”. Mariann agrega: “Así logramos que nuestros hijos se calmen y ya no piensen más en quién tiene la razón”.

Así pues, enseñe a sus hijos a no enojarse cuando alguien cometa un error o cuando surjan desacuerdos. Puede que incluso logre que se interesen de verdad por las demás personas y que las traten con cariño. ¿No le causaría eso una gran satisfacción a usted? (Romanos 12:10; 1 Corintios 12:25.)

Anímelos a perdonar
Según Proverbios 19:11, “es hermosura de nuestra parte pasar por alto la transgresión”. Cuando Jesús estaba agonizando, se mostró dispuesto a perdonar a quienes lo habían crucificado (Lucas 23:34). De igual manera, los niños aprenden a perdonar imitando a sus padres. Además, al ver lo bien que se sienten cuando sus padres los perdonan a ellos, se dan cuenta de lo hermoso que es el perdón.

Verdaderamente da gusto ver a niños que, han aprendido a soportar las faltas y equivocaciones de los demás y a perdonarlos (Colosenses 3:13). Asegúreles a sus hijos que cuando alguien los ofenda —a propósito o no—, será más fácil que resuelvan el problema si le responden de una manera pacífica. Y es que “cuando Jesùs se complace en los caminos de un hombre, hace que hasta los enemigos mismos de este estén en paz con él” (Proverbios 16:7).

No se canse de enseñarles a ser pacíficos
Cuando los padres ‘hacen la paz’ —es decir, la promueven— y se valen de la Palabra de Dios para educar a sus hijos “en condiciones pacíficas”, son una auténtica bendición para ellos (Santiago 3:18). Tal educación ayuda a los hijos a convertirse en personas pacíficas que saben resolver conflictos, algo fundamental para su felicidad futura.

De modo que ustedes, padres cristianos, tienen buenas razones para no ‘desistir’ ni ‘cansarse’ de enseñar a sus hijos a ser pacíficos, aunque al principio les parezca que no están logrando mucho. Si perseveran, pueden estar completamente seguros de que “el Dios de amor y de paz estará con ustedes” (Gálatas 6:9; 2 Corintios 13:11).


Padres, inculquen costumbres valiosas en sus hijos

Las costumbres valiosas no se adquieren de forma natural ni por casualidad. Inculcarlas en los niños requiere tiempo. Inculcar significa “repetir con empeño muchas veces una cosa” o “infundir con ahínco en el ánimo de uno una idea, un concepto, etc.”. Los padres necesitan persistencia para ‘seguir criando a sus hijos en la disciplina y regulación mental de Jehová’ (Efe. 6:4).

Comiencen desde la infancia. Es sorprendente la capacidad de los niños pequeños para aprender y hacer cosas nuevas. Aunque a los adultos suele resultarnos difícil conocer un nuevo idioma, los niños de edad preescolar son capaces de aprender dos o tres a la vez. No piensen nunca que sus hijos son muy pequeños para adquirir buenas costumbres. Si empiezan a enseñarles la verdad bíblica desde temprano y continúan haciéndolo, a los pocos años los niños tendrán la mente llena del conocimiento que los hará “sabios para la salvación” (2 Tim. 3:15).

Una costumbre valiosa que debe inculcarse durante los años de formación del pequeño es la de predicar. La participación regular de ambos padres en la obra de dar testimonio contribuye a que sus hijos lleguen a valorar el ministerio y a sentir celo por él. Los padres pueden enseñarles a participar en todas las facetas de la predicaciòn.

Enseñarles a adquirir buenos hábitos de estudio y a comprender lo que leen. Aprenden a conversar sobre la Biblia, y la vida de Jesùs. Tal preparación puede estimularlos a ser buenas personas y buenos cristianos. 

Todos somos como barro en las manos del Gran Alfarero, Jehová (Isa. 64:8). Cuanto más húmedo está el barro, más fácil resulta moldearlo, pero se endurece según se va secando. Lo mismo ocurre con las personas. Cuando somos jóvenes, somos más dóciles; de hecho, es más fácil moldear a un hijo cuanto más pequeño es. Los primeros años de vida son de formación, cuando se encauza a los niños para bien o para mal. Como progenitores amorosos, empiecen pronto a inculcar en sus hijos costumbres valiosas en el ministerio cristiano.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Consejeros hábiles que son una bendición para sus hermanos


“Traeré de vuelta otra vez jueces para ti como al principio, y consejeros para ti como al comienzo.” (ISAÍAS 1:26.)

TERRI es hija de padres cristianos. En la escuela tenía una amiga que también estaba “en la verdad”. Pero hacia fines del curso de escuela primaria, Terri notó que su amiga ya no era tan entusiasta acerca de su fe como lo era antes. Al transcurrir el tiempo en la escuela secundaria, su amiga dejó de asistir con regularidad a las reuniones cristianas y comenzó a criticar a la congregación. No obstante, Terri oraba intensamente por su amiga y constantemente le aconsejaba que se esforzara por permanecer firme como cristiana. Con el tiempo los esfuerzos de Terri fueron remunerados. Para el segundo año de secundaria su amiga ya había empezado de nuevo a asistir con regularidad a las reuniones y finalmente se bautizó. ¡Qué bendición resultó ser esto para ella! ¡Y qué recompensa para su fiel amiga Terri!

En vista de esta experiencia, ¿puede alguien dudar de lo necesario que es el que de vez en cuando los cristianos se den consejo amorosamente unos a otros? La Biblia nos anima, diciendo: “Escucha el consejo y acepta la disciplina, a fin de que te hagas sabio en tu futuro”. (Proverbios 19:20; 12:15.) La amiga de Terri obedeció este consejo. Pero ¿qué hay si Terri no hubiera tenido el amor, la persistencia y el valor de seguir ofreciéndole ayuda en el transcurso de los años? En efecto, para que cualquiera de nosotros ‘escuche el consejo’, tiene que haber un consejero. ¿Quién debería serlo?

¿Quién dará el consejo?
Dios prometió que para nuestro tiempo proveería consejeros a su pueblo, diciendo: “Traeré de vuelta otra vez consejeros para ti como al comienzo”. (Isaías 1:26.) Esta promesa se cumple principalmente en los pastores cristianos. El dar consejo es una forma de enseñanza, y los pastores en particular deben estár ‘capacitados para enseñar’. (1 Timoteo 3:2.) Tal vez el apóstol Pablo estaba pensando especialmente en los pastores cuando dijo: “Aunque un hombre dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello, ustedes los que tienen las debidas cualidades espirituales traten de reajustar a tal hombre con espíritu de apacibilidad”. (Gálatas 6:1.) Pero ¿son los pastores los únicos que pueden dar consejo?

No. Terri no era pastor; sin embargo, su consejo finalmente produjo buenos resultados. Recuerde también al líder militar de Siria, Naamán. Él obró en conformidad con la información que recibió de una joven israelita y también en conformidad con el consejo de sus siervos. El consejo oportuno de Abigail, la esposa de Nabal, evitó el que David incurriera en culpabilidad por derramamiento de sangre. Y el joven Elihú dio buenos consejos a Job y a sus tres “consoladores”. (1 Samuel 25:23-35; 2 Reyes 5:1-4, 13, 14; Job 32:1-6.)

De manera similar, hoy día, los pastores no son los únicos que tienen la prerrogativa de dar consejo. Con regularidad los padres aconsejan a sus hijos. Jóvenes como Terri a menudo tienen éxito en aconsejar a otros jóvenes de su edad. Y la Biblia anima específicamente a las hermanas maduras a ser “maestras de lo que es bueno”, especialmente respecto a las mujeres más jóvenes de la congregación. (Tito 2:3-5.) De hecho, en general todos tenemos la obligación de ayudarnos unos a otros así. El apóstol Pablo dijo: “Sigan consolándose unos a otros y edificándose unos a otros, así como de hecho lo están haciendo”. (1 Tesalonicenses 5:11.)

Las metas del consejo cristiano
¿Cuáles son algunas de las metas del consejo cristiano? Pues ayudar a la persona a progresar y a continuar en el camino correcto, a resolver problemas, a vencer dificultades, y tal vez a corregir algún mal proceder. Pablo se refirió a algunas formas de dar consejo cuando instó a Timoteo a ‘censurar, corregir, exhortar, con toda gran paciencia y arte de enseñar’. (2 Timoteo 4:1, 2.) Verdaderamente es un arte el poder aconsejar a alguien de tal modo que comprenda el punto sin que llegue a sentirse herido.

¿Cuándo se puede dar consejo? Los padres tienen muchas oportunidades de aconsejar a sus hijos, lo cual los hijos más o menos esperan. (Proverbios 6:20; Efesios 6:4.) En la congregación es buen momento para aconsejar. Y un nuevo joven cristiano espera recibir ayuda y consejo a medida que progresa hacia la madurez como ministro cristiano. (1 Timoteo 4:15.) A veces algunos procuran la ayuda y el consejo de pastores u otras personas de la congregación.

Pero hay ocasiones en que es necesario dar consejo a personas que no lo esperan o no lo desean. Tal vez alguien esté perdiendo el celo por el servicio a Jesùs, dejándose ‘llevar a la deriva’, como en el caso de la amiga de Terri. (Hebreos 2:1.) Puede que alguien tenga un problema personal serio con otra persona de la congregación. (Filipenses 4:2.) O tal vez haya alguien que necesite ayuda en cuanto al acicalamiento o el vestir apropiadamente, o sobre los amigos o la música que escoge. (1 Corintios 15:33; 1 Timoteo 2:9.)

Cuando el profeta Hananí aconsejó a Asá el rey de Judá, ¡este se resintió tanto que “lo puso en la casa de los cepos”! (2 Crónicas 16:7-10.) En aquellos días una persona tenía que tener mucho ánimo para aconsejar a un rey. Hoy día los consejeros tal vez tengan que mostrar ánimo también, pues el dar consejo pudiera causar resentimiento al principio. Un cristiano de experiencia se retrajo de dar consejo necesario a un compañero más joven. ¿Por qué? Explicó: “¡Somos buenos amigos, y quiero conservar esta amistad!”. Pero, en realidad, el retraerse de prestar ayuda cuando se necesita no es la marca de un buen amigo. (Proverbios 27:6; Santiago 4:17.)

De hecho, la experiencia muestra que cuando el consejero es hábil, por lo general los malos sentimientos se pueden minimizar, y a menudo se puede lograr el propósito del consejo. Pero ¿qué se requiere para ser un consejero hábil? Para contestar esta pregunta, consideremos dos ejemplos, uno bueno y el otro malo.

Pablo... un consejero hábil
El apóstol Pablo dio consejo en muchas ocasiones, y a veces tuvo que decir cosas fuertes. (1 Corintios 1:10-13; 3:1-4; Gálatas 1:6; 3:1.) Sin embargo, su consejo surtió efecto debido a que aquellos a quienes lo dio sabían que Pablo los amaba. Como les dijo a los corintios: “De en medio de mucha tribulación y angustia de corazón les escribí con muchas lágrimas, no para que se entristecieran, sino para que conocieran el amor que más especialmente les tengo”. (2 Corintios 2:4.) La mayoría de los corintios aceptaban el consejo de Pablo porque sabían que él lo daba sin ningún motivo egoísta, pues “el amor no busca sus propios intereses”. Además, estaban seguros de que Pablo no estaba dándoles consejo debido a estar irritado con ellos, porque “el amor no se siente provocado. No lleva cuenta del daño”. (1 Corintios 13:4, 5.)

Hoy también es mucho más fácil aceptar hasta consejo fuerte cuando sabemos que el consejero lo hace porque nos ama y no porque se sienta irritado o tenga motivos egoístas. Por ejemplo, si un pastor critica a los jóvenes de la congregación cada vez que se dirige a ellos, entonces estos jóvenes fácilmente podrían pensar que él tiene algo contra ellos. Pero ¿qué hay si el pastor tiene una buena relación con los jóvenes? ¿Qué hay si él sale con ellos a la predicaciòn, es abordable en la Iglesia y los anima a que hablen con él acerca de sus problemas, metas y preocupaciones, y tal vez hasta los invite (con el consentimiento de los padres) a su hogar de vez en cuando? Entonces, cuando tenga que aconsejarlos, es más probable que ellos acepten el consejo al saber que proviene de un amigo.

Apacibilidad y humildad
Hay otra razón por la cual el consejo de Pablo tuvo éxito. Lo basó en la sabiduría piadosa, y no en sus opiniones personales. Él le recordó al consejero Timoteo: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia”. (2 Timoteo 3:16; 1 Corintios 2:1, 2.) De igual manera hoy día, los consejeros cristianos basan lo que dicen en las Escrituras. Es cierto que en la familia los padres no citan de la Biblia cada vez que aconsejan a sus hijos. Sin embargo, sea que los padres cristianos estén inculcando la obediencia, la limpieza, el interés por otras personas, la puntualidad, o cualquier otra cosa en sus hijos, es necesario que siempre tengan base bíblica para apoyar lo que dicen. (Efesios 6:1; 2 Corintios 7:1; Mateo 7:12; Eclesiastés 3:1-8.) Debemos tener cuidado de no tratar de imponer nuestras propias opiniones o gustos en otras personas de la congregación. Y los pastores no deben torcer las Escrituras para que parezcan apoyar alguna idea personal. (Mateo 4:5, 6.) Todo consejo que den tiene que tener una razón bíblica genuina. (Salmo 119:105.)

Además, el consejo es más eficaz cuando se da con espíritu apacible. Pablo sabía esto. Por eso fue que, al hablar de la persona que da un paso en falso antes de darse cuenta, animó a los que tuvieran las debidas cualidades a ‘tratar de reajustar a tal persona con espíritu de apacibilidad’. (Gálatas 6:1.) También aconsejó a Tito que les recordara a otros que ‘no hablaran perjudicialmente de nadie, que no fueran belicosos, que fueran razonables, y desplegaran toda apacibilidad para con todos los hombres’. (Tito 3:1, 2; 1 Timoteo 6:11.)
15 ¿Por qué se necesita la apacibilidad? Porque las emociones descontroladas son contagiosas. Las palabras airadas provocan más palabras airadas, y es difícil razonar con una persona que esté muy enojada. Aunque la persona a quien se dirija el consejo se enoje, esto no suministra razón para que el consejero haga lo mismo. Más bien, la actitud apacible del consejero pudiera contribuir a calmar la situación. “La respuesta, cuando es apacible, aparta la furia.” (Proverbios 15:1.) Esto es cierto prescindiendo de que el consejero sea un padre, un pastor o cualquier otra persona.

Por último, considere lo que Pablo le dijo al joven pastor Timoteo: “No critiques severamente a un hombre de más edad. Por lo contrario, ínstale como a un padre, a los de menos edad como a hermanos, a las mujeres de más edad como a madres, a las de menos edad como a hermanas, con toda castidad”. (1 Timoteo 5:1, 2.) ¡Qué excelente consejo! Imagínese cómo se sentiría una mujer de más edad si un pastor joven, tal vez lo suficientemente joven como para ser su hijo, la aconsejara de manera muy áspera o irrespetuosa. Sería mucho mejor si el consejero pausara por un momento y se dijera a sí mismo: ‘Considerando la personalidad y la edad de esta persona, ¿cuál sería la manera más amorosa y eficaz de aconsejarla en este asunto? Si yo estuviera en su lugar, ¿de qué manera querría que me abordaran a mí?’. (Lucas 6:31; Colosenses 4:6.)

El consejo de los fariseos
Pasemos ahora del buen ejemplo de Pablo y consideremos el mal ejemplo de los líderes religiosos judíos de los días de Jesús. Ellos daban mucho consejo, pero por lo general el pueblo no se beneficiaba de este. ¿Por qué?

Por muchas razones. Por ejemplo, considere la ocasión en que los fariseos reprendieron a Jesús porque sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer. Por supuesto, la mayoría de las madres aconsejan a sus hijos a que se laven las manos antes de comer, y hay mucha razón para que se recomiende esto como una práctica higiénica. Pero el interés principal de los fariseos no era la higiene. En su caso el lavarse las manos era una tradición, y se disgustaron porque los discípulos de Jesús no seguían esta tradición. Sin embargo, según Jesús pasó a mostrarles, en Israel existían problemas mayores que ellos deberían estar atendiendo. Por ejemplo, algunos se valían de la tradición farisaica para no obedecer el quinto de los Diez Mandamientos: “Honra a tu padre y a tu madre”. (Éxodo 20:12; Mateo 15:1-11.) Lamentablemente los escribas y los fariseos se esmeraban tanto en observar los detalles que habían “desatendido los asuntos de más peso de la Ley, a saber: la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mateo 23:23.)

Los consejeros de hoy deben ejercer cuidado para no cometer el mismo error. No deben dejar que los intereses personales los lleven a preocuparse tanto de los pormenores que se olviden de “los asuntos de más peso”. En asuntos pequeños, se nos anima a que ‘continuemos soportándonos unos a otros’ en amor. (Colosenses 3:12, 13.) La habilidad de discernir cuándo no dar importancia a un asunto y cuándo realmente se necesita el consejo es algo que contribuye a que uno tenga ‘las debidas cualidades espirituales’. (Gálatas 6:1.)
20 Hay otra cosa que hizo que aquellos consejeros religiosos del primer siglo fueran poco eficientes. Siguieron un patrón de “haz lo que digo y no lo que hago”. Jesús dijo acerca de ellos: “¡Ay, también, de ustedes los que están versados en la Ley, porque cargan a los hombres con cargas difíciles de llevar, pero ustedes mismos no tocan las cargas ni con uno de sus dedos!”. (Lucas 11:46.) ¡Qué falta de amor! Hoy día los padres, los pastores y otras personas que dan consejo deben cerciorarse de que ellos mismos estén haciendo lo que dicen a otros que hagan. ¿Cómo podemos animar a otras personas a mantenerse ocupadas en las cosas deseables de Jesùs si nosotros mismos no ponemos el ejemplo correcto? O, ¿cómo podemos advertir contra el materialismo si las posesiones materiales dominan nuestra vida? (Romanos 2:21, 22; Hebreos 13:7.)

Los líderes judíos también fracasaron como consejeros debido a las tácticas que usaron para intimidar a la gente. En cierta ocasión enviaron a varios hombres a arrestar a Jesús. Cuando ellos, muy impresionados por la manera de Jesús enseñar, regresaron sin él, los fariseos los reprendieron, diciéndoles: “Ustedes no se han dejado extraviar también, ¿verdad? Ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad? Pero esta muchedumbre que no conoce la Ley son unos malditos”. (Juan 7:45-49.) ¿Tenían una base apropiada para reprender, abusar de su autoridad e injuriar? ¡Que los consejeros cristianos nunca lleguen a ser culpables de tal clase de consejo! Deben evitar a toda costa el intimidar a otros o dar la impresión: ‘¡Tienes que escucharme porque yo soy pastor!’. O cuando estén hablando con una hermana no deben dar a entender: ‘Debes escucharme porque soy varón bautizado’.

En realidad, el dar consejo es un acto de amor que todos nosotros —especialmente los pastores nombrados— debemos a nuestros compañeros de creencia. No se debe dar consejo por cualquier pretexto. Pero cuando se necesite, debe darse valerosamente. Debe tener base bíblica y se debe dar con espíritu de apacibilidad. Además, es mucho más fácil aceptar consejo de alguien que nos ama. Pero a veces puede ser difícil saber exactamente qué decir al aconsejar.